En este libro la filósofa Agnes Callard ofrece una respuesta socrática a lo que llama el “problema Tolstói”. En su Confesión el escritor ruso describe cómo a sus cincuenta años sufrió una profunda crisis que lo sumió en la melancolía y lo puso al borde del suicidio. Por más que razonaba no podía entender cuál era el sentido de su vida, a pesar del gran éxito que habían tenido sus novelas. Se enfrentaba a las preguntas: “¿Qué resultará de lo que hoy haga? ¿De lo que haga mañana? ¿Qué resultará de toda mi vida? […] ¿Hay algún sentido de mi vida que no será destruido por la inevitable muerte que me espera?” Agnes Callard cree que este es el tipo de preguntas inoportunas pero fundamentales que Sócrates trató de contestar y que Tolstói no pudo enfrentar debido a que no logró pausar su activa vida lo suficiente como para pensar en una respuesta. Sócrates, en contraste, creyó que no valía la pena vivir una vida sin someterla a examen y que era bueno tomarse el tiempo para enfrentar preguntas extemporáneas, intempestivas, que parecen formularse fuera de tiempo. Callard dedica todo su libro a este tipo de preguntas, a las que llama untimely questions. La vida transcurre como una respuesta a impulsos biológicos que llevan al placer o a la satisfacción. O bien respuestas a las exigencias de la tribu o la nación, que conducen a buscar el honor, la camaradería, el afecto, el prestigio, la posición y el rango en una comunidad. Callard usa una expresión tomada del Critón –mandatos salvajes– para denominar tanto las órdenes que provienen del cuerpo como las que proceden de la tribu; es decir, las que tienen un origen biológico y las que son generadas socialmente. Desde la perspectiva socrática es necesario eludir estos deberes salvajes como respuestas a dilemas vitales que no procedan del diálogo o de la reflexión. Es necesario encontrar respuestas que proceden de informarse y preguntar. Es necesario domesticar los mandatos salvajes. Sócrates, dice Callard, no creía que los mandatos salvajes fuesen la única fuente de contestaciones a las preguntas extemporáneas.
Hay que decir, contra lo que opina Callard, que Tolstói sí encontró una respuesta al problema que enfrentó. A mí no me gusta su solución y me imagino que tampoco a Callard. Tolstói explica que no se decidió por la escapatoria que consideraba más digna, el suicidio, porque descubrió que se había equivocado. Gracias a la razón se dio cuenta de que la vida era irracional, pero se percató de que, además del pensamiento racional, había otro género de conocimiento, el irracional, que es la fe religiosa. Así, decidió ir por el camino de lo irracional para salvarse. Descubrió en la ignorancia de los campesinos rusos la auténtica creencia en Dios, pues ellos no razonan, solamente sienten. Tolstói encontró la contestación a su pregunta en una filosofía puritana, cristiana y populista. Es una alternativa opuesta a la vía socrática que encuentra soluciones en la razón y el diálogo. Me parece que Callard podría haber dicho que la respuesta de Tolstói era en realidad motivada por el mandato salvaje de la tribu cristiana y campesina.
El socratismo, ante la pregunta de cómo debemos vivir, plantea que el diálogo y la argumentación filosófica nos pueden dar una respuesta. Callard sostiene que las filosofías kantiana, utilitarista y neoaristotélica asumen que ya sabemos cómo vivir a partir de una “limpieza” de los mandatos tribales y biológicos. Desde una perspectiva socrática, en cambio, es necesario explorar las paradojas que la filosofía nos presenta, como aquella de los dos Sócrates contrapuestos: el que discute como un tábano que molesta, inquieta y despierta a la gente para que se dé cuenta de que son dudosas las respuestas que cree tener; y el Sócrates partero que ayuda a las personas a parir ideas que ya tienen sin haberse percatado de ello. Es la combinación del proceso negativo de refutación con el proceso positivo de descubrimiento. Esta es la solución a la paradoja de los dos Sócrates, según Callard, lo que significa que el proceso de aprendizaje es una actividad social. No hay dos Sócrates: hay una situación social que ofrece descubrimientos que no están al alcance del individuo. Un individuo se encuentra ante la llamada paradoja de Menón, a quien Sócrates le advierte que no puede buscar lo que sabe, pues ya lo sabe y no hay necesidad de buscarlo; y tampoco puede buscar lo que no sabe, pues no sabe qué buscar. Callard afirma que el método socrático permite pensar sobre cosas que no se pueden pensar gracias a la presencia de otras personas. Se trata de un proceso social que permite escapar de la paradoja de Menón.
El siguiente paso de Callard consiste en criticar las teorías que pretenden desenmascarar la realidad mediante la lógica de que algo “no es más que” otra cosa. Es el proceso de reducción de fenómenos generales a algo que subyace, como la idea freudiana según la cual actos que no parecen eróticos se deben entender en términos de sexo. O la afirmación marxista de que muchas cosas se comprenden porque, aunque no sea evidente, debajo de ellas subyace la lucha de clases. Al enfrentar temas tan diversos como la política, la muerte o el amor, el enfoque socrático no busca un común denominador oculto debajo de ellos, sino que observa cómo se elevan hacia un mismo fin. Lo que está por arriba, cree Callard, es la aspiración a enfrentar las preguntas intempestivas. Y a partir de estas preguntas impertinentes Callard se lanza a la empresa final de su libro: la exploración de tres de las más difíciles dimensiones de la vida humana: el amor romántico, la política y el enfrentamiento a la propia muerte.
Para abordar esta fase final del libro me apoyaré en el ensayo de la escritora Rachel Aviv sobre los matrimonios de Callard (“Agnes Callard’s marriage of the minds”, The New Yorker, 6 de marzo de 2023). La aventura erótico-filosófica comienza en la primavera de 2011 cuando la profesora Agnes Callard, de 35 años, en la Universidad de Chicago, se encuentra ante un alumno suyo que le confiesa que está un poco enamorado de ella. La profesora le contestó que ella también creía que estaba enamorada de él. Fue algo fulminante y Agnes se dio cuenta de que había tenido una experiencia que nunca había sentido con su marido, un profesor de filosofía con el que tenía dos hijos pequeños. De inmediato Agnes tuvo una reacción socrática: le explicó a su marido lo que sentía y estuvieron hablando durante muchas horas. Al día siguiente decidieron divorciarse. Agnes le avisó al director del departamento de filosofía que había decidido tener una relación con su alumno y quedó liberada de tener obligaciones académicas con él. Unos pocos meses después en un congreso de estudiantes de filosofía al que había sido invitada como ponente principal, impartió una conferencia titulada “On the kind of love into which one falls”. Allí les habló como si fuera Sócrates y les aclaró a sus estudiantes que sentía la obligación profesional de explicarles lo que había pasado. Comentó el famoso discurso de Sócrates en el Simposio donde dice que la clase más elevada de amor no es hacia personas sino hacia ideales. Dos personas que se aman no quieren en realidad ser amadas por lo que son, sino que desean ser amadas porque ninguna de ellas está contenta con lo que es. Ahora, en su nueva relación, podría cambiar completamente, pues tiene nuevas aspiraciones. Esta conferencia es la base del capítulo sobre el amor en el libro.
Es evidente que Callard cree que las relaciones románticas son el lugar donde emergen los más acuciantes problemas filosóficos. Lo que ella busca es una vida filosófica, que es el subtítulo de su libro. Su explicación de la idea de amor en Sócrates nos puede permitir entender por qué quiso que la ruptura de su matrimonio y el amor por su estudiante fuesen un asunto público. Para Sócrates el amor debe ser racionalmente orientado hacia el bien. Callard explica que el objeto del amor no es el individuo, que lo que amas en una persona son sus cualidades y no lo que hace a esa persona ser esa persona. Concluye que la actividad apropiada de los amantes debe ser filosofar. “Mi amor –dice Callard–, que se manifiesta en la forma de filosofar contigo, no busca tomar posesión de ti, sino más bien poseer el bien.” Así que lo que realmente se ama se parece más a una idea que a la carne y la sangre del amante. El amor socrático no debe aceptar a su amante tal cual es, ni pretender exclusividad romántica, ni creer que el sexo es necesario y suficiente, como tampoco lo es vivir confortablemente y tener hijos. La poesía romántica evoca una forma equivocada de amor. Esta idea socrática del amor me da la impresión de emanar de una persona autista a la que se le dificulta entender a las otras personas.
Aquí debemos regresar a la vida matrimonial de Agnes. Ella se divorció y se casó con su estudiante. Como no resistió bien vivir en una nueva casa con sus hijos yendo y viniendo para estar con su padre, acabaron viviendo todos juntos, ella, su exmarido, su nuevo marido, sus dos hijos y el nuevo hijo que tuvo con quien fuera su estudiante. Todos ellos formaron una peculiar familia extensa muy bien avenida, anclada en la conversación filosófica de los tres adultos. Pero esta familia al cabo de un tiempo comenzó a tener problemas y surgieron pleitos entre los dos casados, a tal punto que Agnes comenzó a parafrasear a Sócrates diciendo que el matrimonio era una preparación para el divorcio, de la misma manera en que la filosofía era una preparación para la muerte. Ella ha comentado que su próximo ensayo será sobre el problema matrimonial, y podemos suponer que su matrimonio, con su eventual divorcio, son la preparación para escribir un libro. Hay que mencionar que Agnes fue diagnosticada como autista cuando tenía treinta años. Rachel Aviv escribe que Agnes cree que ser definida como autista le ayudó a entender su inmunidad ante el atractivo de ciertas estructuras significantes heredadas. Creyó que, además de que su matrimonio nuevo estaba apuntalado en la filosofía, acaso también se basaba en el autismo. Me surgen muchas dudas al ver que apoya también sus ideas en la exhibición pública de sus problemas matrimoniales y amorosos. Sin duda ello ha contribuido a que destaque como una intelectual famosa y pública por razones que no se basan en su trabajo.
La pasión que muestra Callard al abordar el tema del amor no la emplea en su discusión sobre la política. Al igual que el amor, proyecta los grandes temas de la política a la esfera de los ideales, y extrañamente ve su presencia en la realidad social como un fenómeno patológico: la politización es una enfermedad que conlleva el deseo de ganar y la glorificación de la violencia. La justicia, la libertad y la igualdad son ideales intelectuales: no podemos luchar contra la injusticia porque solo imitamos la refutación; la libertad solo existe si es inquisitiva; el lugar adecuado de la igualdad es el mundo de la conversación. El problema de la democracia solo aparece en una cita de John Dewey donde el filósofo estadounidense dice que cuando la libertad de expresión es ahogada por las sospechas, el abuso, el miedo y el odio se destruye la forma democrática de vida. Para Callard la libertad debe ser una conversación socrática y concluye que, aunque Aristóteles afirmó que el hombre es un animal político, Sócrates comprendió que lo distintivo de los humanos es la necesidad de interactuar unos con otros. No va mucho más lejos de la obviedad de que vivimos juntos porque pensamos juntos, es decir, que la política tiene un fundamento intelectual. Siglos de pensamiento político después de Sócrates han iluminado mucho más la complejidad social que estos balbuceos socráticos.
En el último capítulo, sobre el tema de la muerte, Callard regresa a Tolstói. En la novela La muerte de Iván Ilich (1886) cuenta cómo una dolorosa enfermedad le da solo unos meses de vida a un burócrata aburguesado que en su soledad final descubre que todo lo que ha hecho carece de sentido, ha sido una mentira, un fraude. Su vida no ha sido una preparación para la muerte pues carece de significado. En el último momento, ante la perspectiva de morir pronto, a Iván Ilich se le aparecen las preguntas intempestivas, pero ya no puede responderlas, dice Callard. Sin embargo, al igual que con su profunda crisis a los cincuenta años, Tolstói insinúa que Iván tiene una iluminación antes de morir.
Sócrates pasó sus horas finales inquiriendo tranquilamente sobre la inmortalidad del alma. Aunque dos de sus amigos dudaban de que el alma continuase su existencia después de la muerte, Sócrates se mantuvo en su idea y la defendió con vehemencia. Callard se propone discutir con esos “materialistas” de hoy que creen que algo llamado “ciencia” definitivamente anula la posibilidad de la sobrevivencia del alma después de la muerte y que sin embargo actúan como si las almas de sus seres queridos anduviesen por allí, pues están dispuestos a honrar los deseos del muerto y rinden culto a su “memoria”, a su “legado” o a su “espíritu”. Con ello, supone Callard, evitan pensar que están preocupándose por alguien que no existe. Cree que al hacerlo vacilan en su materialismo, pues piensan que, aunque el cuerpo ha desaparecido, algo queda de la persona en forma incorpórea. El argumento me parece absurdo e ignora la idea misma de cultura, que incluye un gran número de símbolos de cosas y personas que no existen materialmente, que alguna vez existieron (como Sócrates) o incluso que nunca han existido. Lo que existe en la cultura simbólica no contradice los argumentos científicos que niegan que la conciencia pueda existir sin su sustrato biológico. Con un argumento banal Callard ignora la enorme cantidad de reflexiones y descubrimientos sobre las expresiones simbólicas en la cultura y el funcionamiento de la conciencia humana.
Callard se admira de que Sócrates no decida si su alma va a desaparecer o a continuar existiendo cuando muera al beber la cicuta. En realidad, si leemos el Fedón, veremos que allí Sócrates hace una firme defensa de la inmortalidad del alma y no tiene ninguna duda de que su alma sobrevivirá a la muerte de su cuerpo. Sus alegatos finales son una diatriba contra el cuerpo y una exaltación del alma que, atrapada en su envoltorio carnal, está siempre amenazada de corromperse debido a los impulsos sensuales, agresivos o lujuriosos. Hace una hermosa pero inquietante descripción de lo que les espera a las almas en ese lugar que los poetas llaman el Tártaro, donde las aguas de los ríos se juntan y vuelven a brotar. Allí se encuentra el río Aqueronte, donde concurre la mayor parte de las almas de los muertos y donde algunas serán seleccionadas para regresar a este mundo y animar nuevos cuerpos, pues Sócrates no tiene ninguna duda de que no solamente el alma sobrevive a la muerte del cuerpo, sino que también antecede al nacimiento, lo que es demostrado por el hecho de que el aprendizaje es en realidad el recuerdo de lo que el alma ya ha vivido en otros cuerpos. Describe también otro lugar horrible y salvaje de color azulado llamado la laguna Estigia. Las almas, sigue explicando, viajan hasta un lugar donde son sometidas a un juicio para determinar si su vida en este mundo ha sido o no justa. Algunas almas son regresadas al Aqueronte para sufrir castigos proporcionales a sus faltas durante un tiempo antes de ser liberadas. Pero las almas consideradas incurables son precipitadas en el Tártaro, de donde no saldrán nunca.
El libro de Callard es una admirable invitación a que admitamos a la filosofía en nuestra vida cotidiana y una exhortación a que no evitemos las grandes preguntas sobre el sentido de la vida. El rescate que propone del pensamiento socrático me inquieta, pues a veces parece una excusa para no enfrentar las nuevas y difíciles preguntas que, a lo largo de los más de dos milenios transcurridos desde la muerte de Sócrates, han ido surgiendo, fruto del pensamiento de muchos filósofos y científicos. Callard da un salto temerario y se detiene muy poco a considerar lo que ha ocurrido en el largo tiempo que nos separa de la época de Platón. El libro de Callard puede ser una saludable sacudida a los académicos que viven en una burbuja llena de aspiraciones absurdas y ambiciones, sin tiempo ni sosiego para meditar en el significado y el objetivo de sus vidas. Me parece muy elogiable su empeño por inscribir preguntas filosóficas fundamentales en las preocupaciones que brotan de los tiempos difíciles que vivimos, donde el ruido estruendoso y la velocidad de los cambios no nos ayudan a cavilar sobre el sentido de la existencia. ~