El chacal y el dictador

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Un nazi en la Patagonia. Walther Rauff era como una caricatura de nazi: sádico, calculador, siniestro, tenía un pastor alemán que ladraba sin parar, iba impecablemente vestido y aseado. Estuvo detrás de la creación de los hornos de gas portátiles que exterminaron a miles de judíos antes de la creación de las cámaras de gas de los campos de exterminio. Como enviado nazi al Túnez ocupado, esclavizó y exterminó a la población judía. Tras la guerra, colaboró en la creación de los servicios secretos sirios, pero también con los servicios secretos de Alemania Occidental e incluso con el Mossad, hasta que Israel y el célebre cazanazis Simon Wiesenthal descubrieron realmente quién era y lo colocaron en su punto de mira; sorprendentemente, a pesar de la eficiencia de los servicios secretos israelíes en esas cuestiones, los intentos de asesinarlo no fructificaron.

Finalmente escapó a América Latina, por consejo de otro nazi, Otto Wächter, al que Sands estuvo investigando durante años. Primero estuvo en Ecuador, donde conoció a Pinochet, y luego acabó en la Patagonia chilena, donde trabajó para una empresa de conservas de centollas.

Como acabaría descubriendo Sands, aunque era vox populi durante décadas en Chile, no se limitó a ese trabajo y se aprovechó de la fascinación que sentía Pinochet por la marcialidad y la disciplina (y las técnicas represivas) prusianas. En la Patagonia había muchos sitios alejados donde arrojar cadáveres.

Conexiones. Los tres mejores libros de Sands tienen hilos conductores entre sí. Su obra más célebre y la que lo popularizó, Calle Este-Oeste, cuenta la historia del abuelo del autor y la de los dos abogados que acuñaron los conceptos de “genocidio” y “crímenes contra la humanidad”. Investigando ese libro descubrió la historia de Wächter, que es el protagonista de Ruta de escape. Y escribiendo Ruta de escape se topó con la figura de Rauff, que fue el inventor de los “camiones de la muerte” en los que murieron los antepasados de Sands.

Las conexiones van más allá. Sands estuvo más o menos involucrado en el proceso judicial que intentó llevar a la justicia a Pinochet. El equipo de abogados del dictador le ofreció trabajar en su defensa legal. Su mujer, descendiente de exiliados republicanos españoles, le amenazó con el divorcio si aceptaba. Finalmente acabó asesorando a la organización Human Rights Watch a favor de su enjuiciamiento. Durante el proceso de escritura del libro, Sands descubrió que su cuñada estaba relacionada con Carmelo Soria (nieto del famoso arquitecto Arturo Soria que da nombre a una de las calles más largas de Madrid), uno de los españoles asesinados por Pinochet. El asesinato de Soria catapultó todo el caso Pinochet.

Pinochet en Londres. Parece la historia más fascinante, pero no lo es. Sands no es un escritor técnico y resulta muy divulgativo. Sin embargo, sobran detalles y páginas en su relato sobre el proceso judicial que intentó juzgar a Pinochet; visita a todo el mundo, describe demasiado y cuenta aspectos que ni siquiera interesarán a los más cafeteros. La historia general es conocida. Pinochet viajó a Londres en otoño de 1998 para someterse a una operación. Antes de que volviera a Chile, el juez español Baltasar Garzón, amparándose en la idea de la justicia universal, ordenó su detención. Como dice Sands, “era la primera vez que un antiguo jefe de Estado de un país era detenido en otro país por cometer un crimen internacional”. Pinochet estuvo retenido durante dieciséis meses. En ese tiempo, hubo varios juicios en los que se debatió sobre los límites de su inmunidad como ex jefe de Estado, el alcance y la legitimidad de la justicia internacional, si los actos que cometió los hizo como soberano, es decir, eran “conducta oficial llevada a cabo en el ejercicio de sus funciones o fueron extralimitaciones de su papel como jefe de Estado”… Tanto al gobierno español como al británico les molestaba la situación; a los primeros, porque implicaba extraditar al dictador y juzgarlo en su territorio, a los segundos porque ya estaba siendo muy complicada la gestión de este impasse judicial en Londres. Cuando Pinochet enfermó y varios informes médicos (aparentemente no muy minuciosos) determinaron que no podía ser juzgado, Pinochet finalmente volvió a Chile, impune. A su llegada a Santiago, su supuesta incapacidad desapareció y se levantó de la silla de ruedas en el aeropuerto para celebrar su vuelta. Su enfermedad, se demostraría, fue una estrategia para salvarse. Aunque no pudo ser juzgado por Garzón, su iniciativa sí que rompió el tabú de juzgarlo en Chile. Pero murió antes de que fuera posible.

Geografía del terror. Sands viaja por todo Chile para unir puntos. Londres 38 era la dirección en Santiago de la sede de la DINA, la Dirección de Inteligencia Nacional, el aparato represor pinochetista en los primeros años de la dictadura. En ella se cometieron torturas brutales. Varios testigos recuerdan haber visto o escuchado a un alemán que presuponen que es Walther Rauff. La pesquera Arauco, en San Antonio, era una tapadera de la DINA que sirvió como lugar de detención y exterminio de disidentes; los detenidos eran transportados en coches refrigerados desde Londres 38 para ser tirados al mar o, según algunos rumores no confirmados, convertidos en harina de pescado. La Colonia Dignidad, creada por un exnazi huido de la justicia por pederastia, era una especie de laboratorio que colaboraba con Londres 38 para ocultar los cadáveres de los asesinados; allí también se torturó. En la Isla Dawson se levantó un campo de concentración que se asemejaba demasiado a los campos nazis. La isla está muy cerca de Punta Arenas, donde vivió y trabajó casi toda su vida Walther Rauff.

Secretos y rumores. El libro está lleno de rumores, sobre todo en torno a Walther Rauff. Sands hace una gran investigación forense. Es muy escrupuloso con los datos (como se verá más adelante, con algunos más que otros). Recoge decenas de testimonios verosímiles pero no se rinde hasta encontrar pruebas factuales; a veces no las encuentra, pero se queda lo más cerca posible. De Rauff se decía que colaboraba con la DINA. Pero muchas de las fuentes acaban citándose unas a otras y es difícil encontrar el original. Sands no se rinde y acaba demostrando, con testimonios de extrabajadores de la DINA, su presencia en el núcleo de la represión. “Rauff bien podría ser la ‘mente gris’ de todo, lo que conecta la DINA, la pesquera y Colonia Dignidad”, dice un jurista entrevistado. La dictadura de Pinochet no solo protegió a un exnazi que fue clave en la logística del Holocausto: aprovechó su conocimiento para perfeccionar su represión.

El efecto ‘The Economist’. Es el fenómeno que se produce cuando uno lee sobre su propio país en la prensa extranjera. Cuando leo un artículo sobre Indonesia no me queda otra opción que fiarme. Quizá sea cierto que se encuentran en una encrucijada. Pero al leer sobre España, uno ve los agujeros, los matices, las fuentes incompletas, a menudo más fruto de la pereza (el país no tiene apenas relevancia global) y de los prejuicios que de la mala fe. Es lo que algunos autores españoles han denominado anglocondescendencia. Sands cae a veces en esa actitud. Las objeciones de juristas ingleses a la extradición de Pinochet están basadas en argumentos jurídicos; las objeciones que ponen juristas españoles al mismo procedimiento, en cambio, se explican con el franquismo y la incapacidad de España de juzgar los crímenes de su dictadura. (Es cierto, sin embargo, que el entonces fiscal jefe de la Audiencia Nacional, y el principal contrario a la extradición de Pinochet a España, tenía unas simpatías muy siniestras hacia Pinochet; pensaba que no dio un golpe de Estado sino que hizo una “suspensión temporal del orden constitucional”.)

Al final del libro, Sands habla de Baltasar Garzón como un juez que “causó polémica por sus intentos de investigar los crímenes del franquismo y otros crímenes en España, lo que provocó su destitución como juez”, cuando en realidad fue inhabilitado por prevaricación al ordenar escuchas telefónicas entre presos de la trama Gürtel y sus abogados. Es obvio que este libro no es el lugar para indagar en la figura de Garzón, pero precisamente en una obra que presume de rigor resulta extraño que haga una afirmación tan claramente falsa. En el libro se debaten cuestiones de imparcialidad judicial; Garzón tuvo una carrera política en el psoe en medio de su carrera judicial (provoca risa comparar eso con titulares como “Una hija del juez de la causa contra Begoña Gómez es concejala del pp”). En el libro, Sands habla del “principio de la parada de taxis”, “la norma que obliga a los abogados a actuar como los taxistas, que tienen que llevar al pasajero que les toca en función del lugar que ocupan en la fila, sin rechazar a nadie por motivos políticos o de personalidad”. Sands no la cumplió y se negó a defender a Pinochet; el bufete de abogados de Garzón, en cambio, no tiene reparos en defender a varios corruptos colaboradores del famoso comisario Villarejo, que fue espía ilegal para dictadores y traficantes de armas. Quizá es porque, como demostraron varias grabaciones, parecían bastante colegas…

Impunidad e inmunidad. Las inexactitudes con respecto a Garzón son minucias en un libro de casi seiscientas páginas que aborda profundamente la cuestión de la impunidad. Rauff no fue nunca condenado por sus crímenes en el Holocausto ni su represión en la dictadura chilena; Pinochet tampoco. Pero los intentos de sentarlos frente a un tribunal no fueron en vano. Al final del libro, Sands da varios ejemplos de exlíderes que temieron viajar a determinados países por miedo a que los detuvieran por crímenes de guerra. En 1999, el presidente croata Franjo Tudman no viajó a Alemania por si lo detenían por sus crímenes durante las guerras de Yugoslavia; George W. Bush no viajó a Suiza por miedo a que lo interrogaran por haber autorizado torturas durante la guerra de Irak. En 2023, Putin no viajó a Sudáfrica por miedo a que lo detuvieran; fue acusado por el Tribunal Penal Internacional. Sands parece más o menos optimista. Yo no lo soy tanto. Este año, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, sobre el que pesa una orden de arresto internacional por sus crímenes en Gaza, visitó Hungría en visita oficial. El Tribunal Penal Internacional pidió al presidente Orbán que lo detuviera. Hungría, como respuesta, abandonó el Tribunal Penal Internacional, del que era miembro. La victoria de Trump el año pasado es una victoria de la impunidad: los matones globales podrán hacer y deshacer a su antojo siempre y cuando no molesten a Estados Unidos. Si a Sands le preocupa la impunidad, que se prepare para lo que viene. ~


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