Como es habitual en las narraciones de Sara Mesa, Oposición, su novela más reciente, cuenta la llegada de un personaje a un entorno que le es ajeno y, en buena medida, hostil. Acompañamos a la joven protagonista por las oficinas de una institución pública desde el día de su incorporación como interina hasta la celebración de su oposición. A través de su mirada, asistimos a lo que ocurre durante esos meses en el espacio cerrado de un edificio enorme y laberíntico. El mundo exterior no aparece en la novela de manera directa; se reduce al aparcamiento, a una zona ajardinada y a lo que se alcanza a ver desde la azotea. Unos espacios limitados, pero abiertos, en los que, por contraste con lo que sucede en las oficinas, irrumpe lo natural: el sol, la lluvia, los gatos, las aves, la vegetación “abriéndose paso ante la más mínima posibilidad de vida”.
La novela está escrita en primera persona y la protagonista se llama Sara, como la autora. Pero Mesa advierte en una de las citas iniciales de la novela –tomada, significativamente, de un ficticio Cómo leer a Gógol– que no tiene sentido leer como un inspector, buscando “correspondencias empíricas”. La carga de verdad del relato es lo que importa, no qué elementos proceden de la realidad y cuáles son pura invención.
Oposición muestra el microcosmos burocrático y social al que entra a formar parte esa joven. Con sus jerarquías y desigualdades, ese mundo cerrado saca a la luz miserias humanas como la complacencia ante cada mínima porción propia de privilegios o de poder, y unas relaciones teñidas de superficialidad, falsedad y malicia. Priman la obediencia y el sometimiento a las normas, por absurdas que sean, y quienes tratan de mejorar las cosas son mal vistos e incluso acaban expedientados. Tanto la sensatez como las inclinaciones creativas son motivo de burla. No hay inconveniente en perder el tiempo, siempre que no se note. Y se utiliza un lenguaje enrevesado y altisonante que dificulta la comunicación y cuya única función parece ser revestirse de una solemnidad que resulta irrisoria. Pese a todo, es fácil que los trabajadores acaben identificando el sentido de su vida con su actividad funcionarial, como el jubilado que se resiste a dejar de ir a la oficina.
Desde el principio, el problema de Sara es que no tiene nada que hacer. Durante mucho tiempo ni siquiera sabe cuál va a ser su labor; más tarde, su tarea será minúscula dentro de un procedimiento en sí mismo inútil. En el medio laboral, donde los individuos se definen por su función, ser privada de ella es degradante. Que esa función carezca de sentido también lo es. Sara actúa inicialmente como una suerte de Bartleby inverso: a diferencia del personaje de Melville, preferiría hacer cosas de utilidad, pero no se le da la oportunidad. Esa situación desemboca en su alienación (“Una parte de mí se había desgajado irremediablemente de mis actos”) y en un comportamiento que la enfrenta al sistema, aflorando el doble sentido del título del libro: un sustantivo que puede referirse a opositar, pero también a oponerse. Sara se opone a una estructura alienante e ineficaz, pero no lo hace desde una postura heroica ni militante, sino desde la individualidad, el juego y la creatividad, como distrayendo su tedio.
La burocracia había asomado en distintos momentos de la obra ficcional previa de Mesa, además de alzarse como tema central de su crónica narrativa Silencio administrativo (2019). La inquietud de la escritora por esta cuestión no es nueva, pero sí lo es la perspectiva que ahora adopta. El foco no se sitúa ya en la ciudadanía que sufre las consecuencias de un sistema ineficaz e incluso perverso –aunque estas víctimas aparezcan también, indirectamente, en Oposición–, sino en los trabajadores que forman parte de ese entramado y se pliegan –o no– a él.
El tratamiento narrativo que Sara Mesa venía dando a lo burocrático adoptaba un tono a veces cómico y liviano, a veces desasosegante, y llegaba a resultar indignante en la obra de denuncia que es Silencio administrativo. En Oposición se combinan los tres enfoques, pero la balanza se inclina del lado de la crítica humorística. Las primeras páginas resultan inquietantes y, en cierto modo, kafkianas, pero poco a poco, a medida que la recién llegada se familiariza con el medio, ese tono se rebaja y hace entrada un humor ligero. La autora deja atrás la oscuridad de buena parte de su obra anterior, sin renunciar a reflejar la opresión y el absurdo del ámbito burocrático.
El ludismo narrativo aparece ya en las tres citas iniciales del libro, y es que únicamente la más descabellada y aparentemente paródica de ellas es real. En efecto, existe en España un Manual de simplificación administrativa y reducción de cargas para la Administración General del Estado, que, a juzgar por el párrafo citado, parece destinado a lo contrario de lo que proclama. En esa misma línea, la gran ironía de la novela yace en la Oficina de Mediación y Protección Administrativa (OMPA) para la que trabaja Sara, supuestamente creada como un lugar de escucha, un “cauce de comunicación entre ciudadanía y Estado”, algo que ni es ni aspira a ser. Este organismo tiene sus precedentes en las múltiples oficinas institucionales de siglas delirantes de otra novela de Mesa, Un incendio invisible, cuyo fin era gestionar el abandono masivo de la ciudad de Vado.
No es este el único guiño intertextual de Oposición con otros libros de la misma autora. Tanto la ilustración de la cubierta, de Pablo Amargo, como la dedicatoria a El Ujier dialogan con Perrita Country. Es fácilmente reconocible por los lectores el mote que recibe uno de los informáticos: el Carapán. Sara se emparenta con otras criaturas de Mesa por su afición a la entomología y la botánica, así como por tener un defecto físico: un problema de frenillo que dificulta su pronunciación y la hace presentarse como Sada. El motivo del doble, del gusto de Mesa, está aquí encarnado en su variante triple por las tres becarias de igual aspecto y comportamiento. Aun sin el protagonismo y el detalle de otras ocasiones, se alude además a un asunto recurrente en su narrativa: el maltrato animal. Y sigue siendo frecuente su habitual uso de imágenes que difuminan los límites entre lo humano y lo animal o entre lo vivo y lo mecánico.
Junto a estos rasgos grotescos enmarcados en una estética realista, Mesa tampoco abandona uno de sus grandes aciertos a la hora de retratar al ser humano: la ausencia de maniqueísmo, de complacencia con sus personajes, de autocomplacencia. Quienes protagonizan su universo literario no son modelos de conducta, pero sí se muestran conscientes de sus propias miserias y contradicciones. La Sara de Oposición no desentona entre esos seres discordantes, que no encajan en un entorno al que renuncian a adaptarse. Y es que mantienen una individualidad que a la larga no admite imposturas, remedos ni concesiones. Esta fidelidad a su propia esencia resulta molesta, pero les permite conservar su dignidad y trascender, en cierto sentido, los sistemas o comunidades de los que forman una parte incómoda, ya se trate de la familia, los círculos sociales o el entorno laboral. No es que se muevan por un impulso de rebeldía; sencillamente, no saben vivir de otro modo. Es en esa actitud donde radica la oposición de las creaciones literarias de Sara Mesa. ~