El comienzo del pontificado de Jorge María Bergoglio, hasta entonces arzobispo primado de Argentina, se dio en un contexto complejo. Su elección en el Cónclave de 2013 obedeció a la renuncia de Benedicto XVI al papado, argumentando “el declive de sus capacidades físicas y mentales” para hacer frente a la responsabilidad y el peso de su investidura. Antecedieron a su renuncia el escándalo mediático por los cientos de casos descubiertos de pederastia eclesial y el revuelo provocado por las filtraciones de documentos confidenciales que hiciera Paolo Gabriele, el mayordomo del papa Ratzinger, sobre las luchas de poder al interior de la jerarquía vaticana.
El papado de Francisco significó un giro notable –más de forma que de fondo– en el rumbo de la iglesia católica. De claro signo pastoral, de acciones que expresan en la realidad la fe profesada, colocó en el centro de su ministerio el anhelo y el actuar de una iglesia más misionera, cercana, misericordiosa y empática ante las realidades del mundo actual. Una Iglesia menos aduana y más hospital de campaña; antes accidentada que replegada en la aparente seguridad de la autoreferencialidad. Una Iglesia que no se encierra en estructuras rígidas sino que sale al encuentro de los excluidos y descartados en las periferias geográficas y existenciales. Hubo gestos y símbolos inusitados que, por lo general, acercaron a los alejados y distanciaron a los cercanos.
La primera parte del papado quedó marcada por la puesta en marcha de tres objetivos: En primer lugar, la reforma de la Curia romana, para dotarla de una mayor transparencia y eficacia, con la creación de un consejo asesor de obispos y de nuevas instancias que controlaran las finanzas y diera certidumbre a la gestión económica de papado. En segundo lugar, dar una respuesta integral, pronta, creíble y definitiva a los casos de pederastia eclesial, para lo que se creó una comisión vaticana de expertos y representantes de las víctimas, facilitando la judicialización y reparación del daño en cada caso. En marzo de 2023 renunció el último miembro fundador de la comisión, el jesuita alemán Hans Zollner, expresando su preocupación por “la responsabilidad, el cumplimiento, la rendición de cuentas y la transparencia”. El avance en este objetivo ha sido insuficiente y lento, y es una de las deudas pendientes del pontificado.
El tercer objetivo consistió en fundar el estilo pastoral de Francisco en dos documentos doctrinales clave: Evangelii Gaudium, de la relación del hombre con Dios y Laudato si, de su relación con la creación. El primero expresa la pasión misionera del papa y anima a la Iglesia a salir de sí misma y anunciar el Evangelio a todos,dejando claro que la misión de la Iglesia estaba más allá de los muros vaticanos y de los muros mentales y culturales de las iglesias locales. Laudato si llama a la Iglesia y al mundo a reconocer las dimensiones morales y sociales de la crisis ecológica actual. La encíclica lanzó a Francisco a la escena internacional secular. Su mensaje atrajo a los jóvenes y le granjeó al papa enemigos entre jefes de Estado y magnates de las industrias extractivas que calificaban la crisis climática como patraña.
No puedo dejar de mencionar el regaño que dio Francisco a los obispos mexicanos en su visita a México en 2016. A puerta cerrada en la Catedral, les reclamó su falta de unidad y comunión como colegio episcopal, su cercanía con las élites políticas y económicas, su falta de transparencia. Los invitó a ejercitar una mirada atenta y no adormecida y a no dejarse corromper por el materialismo trivial:“Si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, díganselas pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios que luego se ponen a rezar juntos”.
La segunda parte del pontificado de Francisco evidenció la profundidad de las zanjas en el interior de la iglesia entre progresistas y conservadores y tradicionalistas. Los primeros evidenciaron su desesperación frente a la lentitud y superficialidad de los cambios en materia de moral sexual, de inclusión del colectivo LGBTQ+, de la aceptación del sacerdocio femenino; de cero tolerancia en el abuso de menores de parte de clérigos. Conservadores y tradicionalistas se mostraron alarmados con la exhortación apostólica Amoris Laetitia (2016) sobre la familia, que abrió las puertas a que algunos divorciados vueltos a casar pudieran acceder a la comunión, cosa que desembocó en los dubia (preguntas formales hechas al papa por algunos cardenales), que implicaban desviaciones doctrinales.
En 2019, Francisco convocó al Sínodo para la Amazonía para reflexionar desde las perspectivas ecológica y pastoral de la región, con el fin de promover el diálogo entre la Iglesia y los pueblos indígenas para abordar los desafíos y oportunidades de la región. La exposición en los medios de la figura de la Pachamama(la Madre Tierra en las culturas quechua y aymara), hizo que algunos activaran las alarmas de sincretismo y herejía.
En el último tramo de esos años se echó a andar la iniciativa de diálogo de la Santa Sede a través de la Pontificia Comisión para América Latina, con un grupo de mujeres laicas y religiosas de la región, para analizar el papel y la situación real de la mujer en la Iglesia. Aunque el sacerdocio femenino ni siquiera llegó a plantearse, otras dimensiones de la marginación y exclusión de la mujer en la Iglesia en el contexto de una cultura clerical, machista y patriarcal se discutieron a fondo y derivaron en acciones concretas, siendo las más conocidas los nombramientos de mujeres en cargos importantes del Vaticano. De ahí a que el estilo pastoral de Francisco llegue a permear en las diócesis y parroquias de la Iglesia en el mundo dista un abismo.
Estos años cerraron con la pandemia y los miles de muertos que dejó, con testimonios heroicos de miembros de una iglesia que sirve para servir, y con la imagen poderosa de un papa solitario haciendo oración ante una cruz en la desierta Plaza de San Pedro.
La tercera parte del papado, hasta la muerte de Francisco, vio la era post pandemia y los conflictos bélicos en Ucrania y la franja de Gaza. De este periodo es la Carta Apostólica Traditionis Custodes (2021), que restringe el uso del rito tridentino (la misa en latín anterior al Concilio Vaticano II). Esto fue visto por tradicionalistas como una afrenta directa, ya que el Papa Benedicto XVI lo había permitido y facilitado. Francisco justificó su decisión diciendo que la misa tridentina estaba siendo usada para rechazar el Concilio Vaticano II y crear divisiones en la Iglesia.
En 2023, un nuevo dubium fue presentado al papa, “mostrando firme y radical oposición”ante la promulgación de la Carta Apostólica Fiducia supplicans que permite a los sacerdotes, en discreción, bendecir a parejas no casadas, incluyendo parejas del mismo sexo, lo que consideraron una “herejía”. La declaración enfatiza que la bendición es un acto pastoral, no una aprobación de la unión.
Otro tema motivo de controversia fue el acuerdo provisional entre la Santa Sede y la República Popular de China, firmado en 2018 y renovado en 2020, 22 y 24, sobre el nombramiento de Roma de obispos en China con el objetivo de superar la división entre la Iglesia oficial y la clandestina. Lo que se acordó, en medio de críticas dentro y fuera de la Iglesia, fue establecer un mecanismo de diálogo entre Roma y Pekín para el nombramiento de obispos. El gobierno chino tiene la facultad de proponer candidatos, aunque el papa se reserva la última palabra en los nombramientos. Anteriormente los decidía la Asociación Patriótica Católica de China, controlada por el Estado. La Santa Sede llegó incluso a ratificar obispos nombrados por el Estado. El artífice del acuerdo, Pietro Parolin, secretario de Estado y papable en el próximo cónclave, ha defendido el acuerdo que implica un paso importante hacia la normalización de la relaciones Iglesia-Estado. Como ha ocurrido en otras decisiones de Francisco, esta causó resquemor entre los católicos chinos fieles a su fe en las catacumbas. El cardenal Zen de Hong Kon se ha pronunciado sobre el caso: “Roma ha cedido demasiado ante un régimen autoritario”. Con la creciente relevancia de China en el actual entorno geopolítico, el mal acuerdo dará todavía mucho de qué hablar.
Desde el punto de vista doctrinal, el periodo final del papado de Francisco se enmarca en la encíclica Fratelli tutti,de la relación de Dios con los hermanos, que da un impulso decidido a la participación de los laicos en la Iglesia, a la invitación al diálogo social, diversas instancias de construcción de paz y al anuncio y denuncia de las guerras, desapariciones forzadas y condiciones de vida inhumanas. Quizás el fruto más acabado en términos pastorales es el Sínodo de la Sinodalidad (2021-2024), enraizado en la tradición venerable de los padres de la Iglesia y puesto en acto en la reflexión, la escucha, la oración y el diálogo en esta Iglesia. El discernimiento, método de este caminar, es el eje de la espiritualidad ignaciana en la que se inscribe el papa en cuanto jesuita, hijo de Ignacio de Loyola.
En octubre de 2024 se publicó su última encíclica, Dilexit nos, sobre la devoción al Sagrado Corazón, testamento espiritual de Francisco: “Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tener lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos de la casa común”.
Cierro este recuento con mi balance provisional, de creyente, personalísimo, del pontificado de Francisco.
Considero que en su magisterio, gestualidad y acciones hizo creíble y deseable vivir el cristianismo en pleno siglo XXI. Acercó a los lejanos. No deja de sorprenderme cómo tiene adeptos en el mundo secular y en la juventud hambrienta de sentido.
También sacudió la pesada estructura de la Iglesia, de sudarios e imposturas. Abrió la puerta a la posibilidad de una iglesia más evangélica, que pone a los pobres y excluidos en el centro de su misión. Como me recordaba Adrián Tolentino, Francisco fue el primer papa en abandonar un discurso romántico y melancólico en la modernidad (con excepción del Concilio Vaticano II); dejó de lamentarse por la cristiandad perdida y ejercitó la misericordia.
Francisco incurrió a menudo en contradicciones. Fue un papa de arranques, autoritario como buen jesuita en cuestiones menores, pero profundamente humano, lo que desacraliza la institución burocrática y deja a Dios ser Dios. En su urgencia por transformar una Iglesia milenaria para que pudiera entregar sentido y esperanza a un mundo roto, abrió muchas puertas y demasiados frentes.
Vendrán, creo, la profundización en reformas fundamentales, la revisión y los matices en asuntos doctrinales, una mayor racionalidad y argumentación en temas claves. Pero creo que el estilo de Francisco permanecerá. ~