No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el proverbio popular. Después de la Marcha por la Legalización de la Marihuana de mayo pasado, la prensa y los medios de comunicación registraron y presentaron una información que, por regla general y salvo honrosas excepciones, dirigió la atención hacia los aspectos menos importantes de la proclama. Casi todas las notas menospreciaron la pluralidad de los asistentes y se empeñaron en homogeneizarlos como “adolescentes alborotados”.
Se mencionaron el rojo de los ojos y el olor inconfundible de la cannabis, pero se omitió mencionar lo pintoresco y variado de los manifestantes, la diferencia sustancial y cualitativa con otras manifestaciones políticas, lo imaginativo de las consignas, así como el comportamiento ejemplar de todos los participantes. Sólo se reprodujo, de forma muy marginal, la información verdaderamente importante para nuestra sociedad. A saber: que el consumo de marihuana no conlleva ningún riesgo grave para la salud y que, como una vez más se demostró, no es un generador de violencia social, mientras que ciertas drogas legales, como el tabaco y el alcohol, sí lo son y en un grado preocupante. Se omitió mencionar lo importante que es diferenciar al consumidor del criminal.
Se omitió mencionar que la marihuana tiene aplicaciones terapéuticas comprobadas ampliamente por la ciencia médica, y que es un acto humanitario ofrecer, con seguridad y responsabilidad, esta opción a los que la necesitan. Se omitió mencionar que los usos industriales de la planta son extraordinariamente numerosos, altamente benéficos en términos ambientales y que contienen un gran potencial de desarrollo económico para el país. Finalmente, se omitió mencionar la importancia de que un grupo pequeño en términos numéricos, pero con un alto grado de conciencia y muchas razones de peso, defienda libertades civiles básicas y la relación histórica de nuestra cultura con esta planta.
Desde luego, la prensa y los medios le dan a su público lo que éstos quieren saber. Pero, como a muchos otros, a nuestro pueblo no suele gustarle mirarse en el espejo: prefiere reforzar una cómoda moral puritana y atribuir despectivamente a un puñado de valientes y festivos consumidores los inmensos males sociales que genera su propia ceguera voluntaria. –
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