Distintas sanciones internacionales le fueron impuestas a Siria a lo largo de años para contener a la dictadura que la gobernó durante 54 años. Desde 2013, Europa en su conjunto, como condena por la violencia sistemática de las fuerzas armadas sirias y las milicias afines, o algunos de sus países en lo individual, accionaron mecanismos de presión; también lo hizo Estados Unidos desde la década de los setenta.
Desde la caída de los Assad, las nuevas autoridades sirias han llevado a cabo quizá el ejercicio de mayor actividad diplomática en nuestros días. Decenas de cumbres y encuentros regionales y multilaterales siguen ocurriendo para integrar al país con el resto del mundo. Europa dio hace un par de meses sus primeros pasos para aligerar las sanciones, y los más firmes ocurrieron hace una semana, alrededor del anuncio que llenó de gente las calles en diferentes ciudades sirias. El júbilo fue similar al de diciembre pasado, cuando cayó el régimen.
Un vendedor regaló helados para alegrar los festejos. Recibí una foto de alguien que me compartió esa alegría. Supongo que los obsequios dulces aparentan ser nada. No es así. Cuando los temores pierden peso, aunque sea un poco, suceden esas cosas.
En Riad se anunciaron algunas medidas que tienen una con gran posibilidad de modificar el mapa político de Medio Oriente y su relación con Estados Unidos y en general, con Occidente. En un auditorio, escala inaugural de su primer viaje internacional en su segundo periodo, Donald Trump anunció las acciones que hoy tienen el mayor alcance para transformar la vida en Siria: el levantamiento de sanciones sobre el gobierno sirio como entidad, más allá de quien lo encabece, y hacia distintos individuos. Solo que mucho de lo que el presidente estadounidense dijo en ese lugar o en sus paradas siguientes en Abu Dabi y Doha, a pesar de su impacto político y diplomático, no está del todo ligado a elementos diplomáticos o políticos.
Medio Oriente es siempre el lugar de verdades simultáneas. El levantamiento de sanciones otorga una indiscutible posibilidad de mejora para la población tras la guerra –negarlo es desconocer el saldo de los últimos catorce años–; da un margen de maniobra al nuevo gobierno, con él se contienen la desestabilidad y expresiones de violencia y se abre el espacio para diseñar instituciones con algo más en mente que la subsistencia. También reduce las injerencias acostumbradas: Irán, Rusia –este es el gigantesco cambio político regional–y, paradójicamente, Estados Unidos. Las sustituye por otras: Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, sobre las que se irán dibujando nuevos límites, cuando no son naciones que se adecuan siempre a ellos.
Dan tiempo para un país que debe encargarse de funcionar y rehacerse a la vez.
También, dan aviso de una manera transaccional de comprender el mundo con la que no coincido y sobre la que me surgen preocupaciones que en ningún instante escatiman los efectos para Siria de los anuncios desde Riad. Anuncios que no se dieron en un encuentro diplomático, multilateral, bajo códigos democráticos, sino en un foro de negocios con el príncipe heredero saudí, de quien ya he escrito mi pobre opinión, como principal impulsor del foro y del levantamiento de las sanciones.
En Siria, luego de la familia Assad, ningún otro obstáculo ha sido más sofocante que las sanciones impuestas a lo largo de casi cincuenta años sobre el país, controlado por su brutalidad y salvajismo. Las sanciones retiraron a Siria del sistema de transferencias internacionales SWIFT e impidieron la entrada de capital al Banco Central de Siria; sanciones que bloquean el acceso a telecomunicaciones y no permiten la compra legal de sistemas de telefonía; sanciones que conducen a otras, contra entidades, países o empresas si hacen negocios con el país, incluyendo, en este punto, las labores de reconstrucción.
Casi catorce años de guerra rompieron todos los parámetros de seguridad alimentaria. Arriba de catorce millones de personas dependen de ayuda. Tres cuartas partes de la población todavía necesitan algún grado de asistencia humanitaria. Dos millones y medio de niños siguen fuera de salones de clase. El 50% de las escuelas fueron destruidas o se encuentran dañadas. La intensa sequía en este último periodo agrícola, sobre todo al norte, dañó buena parte de la cosecha de trigo. Más de un millón de víctimas de desplazamiento forzado han vuelto a Siria desde diciembre pasado y cada una de ellas requiere lo que en otros lados se da por descontado: calles, agua, comida, algo de seguridad y espacio de desarrollo económico. Testimonios en Siria dan cuenta de distintas emociones donde la alegría, la esperanza, el temor y la incertidumbre se llegan a entrecruzar. Todos coinciden en las dificultades por la frecuencia de los cortes de energía gracias a una red eléctrica con urgencias extremas.
Conforme han pasado los meses desde el fin de la guerra en Siria y de su dictadura, la incorporación gradual del país a la conversación internacional puede dar la impresión de que cuenta con muchos de los mínimos habituales en otras naciones. La reconstrucción de un aparato completo de administración, de lo más simple a lo más complejo, tiende a no verse dentro de los costos financieros cuando existen las bases para hacerlo. No es el caso aquí.
Rehacer países devastados es algo tan fuera de la imaginación que no es raro perder la magnitud del verbo. De cierta manera, afortunadamente. La infraestructura general necesita una reconstrucción completa, la crisis financiera es de dimensiones tan grandes como lo fue el olvido de la situación local por la comunidad internacional, sobre la que cae un reclamo que tomará tiempo en diluirse. Al frente de ese olvido, para un enorme sector de la población siria, se encontraba Estados Unidos.
Grandes sectores de la sociedad siria y comunidad sirio-americana, e incluso en otras diásporas, vieron a Trump con buenos ojos desde su primer mandato, por atacar directamente instalaciones del régimen en 2017. Sirvió a lo anterior la no intervención de Obama cuando Assad cruzó la línea roja que él había establecido hacia el uso de armas químicas contra la población. En ese contexto, una parte de la diáspora siria en E.U., tal vez más vocal que representativa, pero definitivamente eficiente, simpatizó con el ecosistema MAGA. Y en el proceso de reconstrucción, las diásporas han ocupado un papel relevante hacia cada aspecto: del impulso de instrumentos para la localización de desaparecidos, para justicia transicional, rendición de cuentas, a la repatriación, realización de eventos financieros o la búsqueda del levantamiento de sanciones.
El detestable discurso identitario de MAGA hizo eco en un Make Syria Great Again, gracias a ese pasado, a la desatención de la comunidad internacional y a la inflamación de la retórica contraria al multilateralismo de la Casa Blanca, con sus constantes ataques a organismos internacionales, reducción de presupuesto para ellas y una serie de actores dispuestos y con capacidad para comprar en la región el espacio que Washington se siente cómodo de ceder a cambio de intereses momentáneos. Todos los suyos.
Como ocurrió cuando las viejas repúblicas soviéticas se reconstruyeron luego de la Guerra fría, estará mintiendo quien asegure conocer el desenlace del experimento sirio. Simplemente no contamos con un cuerpo de conocimiento para un ejemplo como este.
Se habla mucho de una nueva era en el modo de entender el mundo, sus relaciones y el proyecto político que se desarrolló en el siglo XX tras la Segunda guerra mundial. Siria, en sus múltiples procesos políticos, sociales, religiosos y económicos, es el primer país reconstruido con los usos de una época transaccional, cuyos modos se combinan con códigos políticos –al menos, hacia la región, hablando de los vecinos sirios–, los desplazan con facilidad y establecen una lógica que aquí empieza positiva para el grueso de una sociedad, sin lugar a dudas, pero ya provoca resultados extremadamente distintos en otros lugares donde se repite su dinámica.
En el siguiente texto, mi pesimismo a manera de segunda parte, sobre la lógica que reemplaza códigos: del mundo político al planeta transaccional. ~