Foto: Chris Young/Canadian Press via ZUMA Press

El discurso del rey de Canadá

La palabras de Carlos III en el Parlamento canadiense sirvieron como un recordatorio elocuente de los caminos divergentes que Canadá y Estados Unidos han tomado.
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No es un dato que todos tengan muy presente, pero el monarca del Reino Unido es también el rey de Canadá. Uno pensaría que un jefe de Estado visitaría seguido a sus gobernados para enterarse de cómo van las cosas, pero la monarquía está tan alejada de los asuntos del gobierno que la última vez que hubo un discurso real ante el Parlamento canadiense fue en 1977, con la reina Isabel II. Lo usual es que, cada vez que hay elecciones y se renueva el gobierno, un representante de la Corona Británica (el Gobernador General de Canadá) da un discurso en nombre del monarca desde el asiento de honor que tiene reservado en el salón de sesiones. De ahí que se le llame a este mensaje el “discurso desde el trono”.

Ayer, 27 de mayo de 2025, el discurso desde el trono fue pronunciado no por un representante, sino por el rey Carlos III en persona, quien visitó Ottawa junto con su esposa, la reina Camila. Algo llamativo es que el discurso desde el trono no es redactado por el rey y sus asesores, sino por la oficina del primer ministro canadiense. Esto es así porque Canadá es una monarquía constitucional, lo que significa que el poder recae en los representantes del pueblo (los miembros del Parlamento), y no en el monarca, quien debe permanecer como una figura neutral, apartidista y simbólica. El rey solo interviene en el contenido del saludo personal inicial, dejando toda la parte sustancial del discurso en manos de la oficina del jefe de gobierno (primer ministro), lo que refleja la sujeción de la Corona a la Constitución canadiense y a la voluntad popular.

En Canadá, esta fue una ocasión singular, no solo por la visita real, sino por el contexto que la rodea. El país está en pie de lucha ante la guerra comercial y económica que le ha declarado Estados Unidos, así como por la retórica agresiva del presidente Donald Trump y su amenaza del “estado 51”. La presencia y el discurso de Carlos III tuvieron entonces un propósito y un significado más allá de la pompa monárquica: subrayar que Canadá es una nación con una historia, cultura, herencia, tradiciones, instituciones y valores diferentes a los de Estados Unidos.

En el arranque del discurso, el rey destacó que Canadá enfrenta “un momento crítico”, comparándolo con periodos históricos como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, cuando la democracia y la libertad estuvieron bajo amenaza. Dijo que “la democracia, el pluralismo, el Estado de derecho, la autodeterminación y la libertad son valores que los canadienses aprecian profundamente y que el gobierno está decidido a proteger”. No dijo ante quién hay que proteger esos valores, pero es claro que la amenaza proviene del sur.

Más concretamente, Carlos III señaló que “el sistema de libre comercio global está cambiando y que la relación de Canadá con sus socios también”, por lo que el país debe “reforzar sus alianzas con sus aliados europeos y continuar sus conversaciones en materia económica y de seguridad con Estados Unidos”, siempre como una “nación soberana”. Aseguró que el momento histórico ofrece una “oportunidad increíble para que Canadá piense en grande y actúe en grande” para realizar “la más grande transformación de su economía desde la Segunda Guerra Mundial”. Y afirmó que “todos los canadienses pueden darse a sí mismos mucho más de lo que cualquier potencia extranjera o cualquier continente puede quitarles”, en referencia clara a las amenazas de Estados Unidos.

De ahí, el discurso se centró en el plan de gobierno que Mark Carney seguirá en los próximos años, con énfasis en reformas económicas para reducir el déficit, la burocracia y los impuestos, al tiempo que se busca atraer inversión, aumentar la productividad y detonar la innovación en sectores clave como la energía y la tecnología. El mensaje cerró con una referencia a una línea del himno nacional que dice que Canadá es “el verdadero Norte, verdaderamente fuerte y libre”.

En otros momentos históricos, los monarcas británicos han usado el poder de la palabra para llamar a sus gobernados a enfrentar desafíos enormes. Enrique V en la Batalla de Agincourt contra Francia dio un famoso discurso, inmortalizado por Shakespeare en la línea poética: “somos pocos, felices pocos, somos una banda de hermanos; quien hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano”. Isabel I, al arengar a sus tropas para pelear contra España, dijo en el famoso discurso de Tilbury: “¡Tendré el cuerpo de una frágil mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un rey de Inglaterra!”. Y en 1939, el padre de la fallecida Isabel II, Jorge VI, superó su tartamudismo para pronunciar, a través de la radio, un sobrio discurso de declaración de guerra a Alemania, mensaje que fue inmortalizado en la estupenda película El discurso del rey.

El discurso de Carlos III en Ottawa no alcanzó las alturas retóricas de antaño. Quien haya visto la serie The Crown recordará que el actual monarca nunca ha sido un orador apasionado. Y enfrentarse a Estados Unidos con un “¡podrán quitarnos la vida, pero jamás la libertad!” a la Corazón valiente tal vez no está entre las prioridades de la Corona, ni del propio gobierno canadiense. Aun así, la presencia y palabras del rey sirvieron como un recordatorio elocuente de los caminos divergentes que tomaron Canadá y Estados Unidos, como dos medios hermanos nacidos de la misma “madre patria”. Uno, leal a la Corona, forjó su identidad en la continuidad y la tradición. El otro, rebelde y audaz, optó por la ruptura y la independencia. Esta divergencia histórica, marcada por la identidad que cada uno creó ante el Reino Unido, sigue definiendo sus visiones, valores y destinos. El discurso de Carlos III, aunque no tan ardiente como los de Enrique V o Isabel I, reafirmó que el “hijo obediente” podrá ser pacífico y amable, pero nadie debe confundir eso con debilidad, ni mucho menos con ganas de subordinarse al “hijo desobediente”. ~


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