Vivo en un país con un escenario económico inmediato adverso, gobernado sin contrapesos, atado ahora además a la agenda de un poder más grande, allende la frontera. Vivo en un país cuyo futuro incluye preguntarnos si recordamos la primera vez que un ciudadano fue obligado a pedirle disculpas a un político en una sede legislativa. Un país que eligió el peor de los caminos para entenebrecer la justicia de hoy y de mañana.
No sigo porque topé con dos lecturas que ayudan un poco. Libros estadounidenses de divulgación, de fácil consumo, que permiten recuperar el ánimo o al menos alejar la mirada del ombligo del presente. El primero es Apocalypse, escrito por Lizzie Wade, periodista de Science, un best seller que ayuda a lidiar con la catástrofe mostrando lo que ha logrado la humanidad tras destrucciones y pérdidas de dimensiones paleontológicas. ¡Me río de mí misma por encontrar consuelo en eso! Pero esa lectura fue apenas el aperitivo.
Seguí con Abundance, de Ezra Klein y Derek Thompson, mencionado como novedad interesante en revistas de ciencia política. El libro parte de la misma idea que mueve a Wade: los seres humanos hemos vencido desafíos inmensos –desde protegernos de depredadores hasta evitar guerras– gracias a la inteligencia, la organización social y la tecnología. No estamos donde estamos por accidente. Hemos sido capaces de mejorar el mundo.
Pero entonces, ¿por qué parece decepcionante el presente? No lo es tanto, dicen. Es eficiente, cómodo, moderno… pero no en lo que realmente importa.
Klein y Thompson lanzan una provocación: el problema no está en elegir mal a los gobernantes o en ejecutar mal las políticas, sino en identificar mal los problemas. La lente está desenfocada y contribuye a generar escasez en lo esencial, mientras produce abundancia en lo trivial. Hace 60 años era más fácil enviar a un hijo a la universidad que tener una televisión. Hoy, la vida es más cómoda y entretenida. ¿Estamos entonces mejor? ¿Por qué el mercado reduce los precios de tonterías en Temu y no de medicamentos ni viviendas? ¿Cómo es que tenemos inteligencia artificial accesible y no hemos logrado abaratar la distribución del agua?
Me quedé pensando en eso. No como crítica a otros países (el libro está centrado en Estados Unidos), sino como espejo del nuestro. ¿Qué nos interesa hoy en México cuando hablamos de política pública? ¿Qué anhelamos al exigir un mejor gobierno?
El mes pasado, el debate público giró en torno a que los funcionarios no usaran relojes caros, no comieran en restaurantes de lujo ni volaran en aviones privados. Es razonable. Pero, ¿por qué eso aparece como prioridad en un país con un escenario educativo, económico y social tan precario?
No vale la pena mirar atrás: ahí están los datos, los discursos, los culpables. Quizá valga más la pena mirar hacia adelante. Imaginar no solo un gobierno más decente, sino una idea más robusta de lo que significa generar abundancia y abaratar costos (no subsidiar el consumo) en lo que realmente importa.
Uno de los pasajes más interesantes de Abundance muestra cómo ciertas áreas –salud, vivienda, innovación– están atrapadas en lógicas de escasez impuestas por barreras políticas, mientras otras –como el entretenimiento digital– se han liberado gracias a nuevas formas de organización.
No se trata de idealizar al mercado ni de despreciar la política o el papel del Estado. Se trata de hacernos una pregunta más radical: ¿nos estamos organizando mal, consumiendo mal, produciendo mal?
Hoy, la política mexicana gira en torno a la gestión del deterioro. El gobierno quiere salvar Pemex, aunque sea inviable; rehabilitar aeropuertos saturados, aunque ya no den más; contener precios, aunque la inflación venga de otro lado. Y lo hace con energía, presupuesto y discursos heroicos… para que nadie abuse.
La crítica al populismo suele enfocarse en el clientelismo y la demagogia, pero hay algo más: el populismo se alimenta de una imaginación rota, de la imposibilidad de proyectar algo distinto, de la promesa de regresar a un pasado que, por cierto, nunca fue ni mejor ni justo.
Klein y Thompson apuestan por un liberalismo que construya, que genere abundancia, que rehaga las preguntas para que el mercado y el Estado no terminen jugando el peor de sus papeles posibles. No ofrecen respuestas, pero son optimistas: aseguran que se puede.
Wade también dice que se puede. Que el desastre y la pérdida colectiva tienen un impacto poco valorado. Que la humanidad, después del caos, sale mejor parada y mejor preparada para lo siguiente.
No sé. El presente no es alentador y la siguiente etapa tampoco se ve promisoria. Pero no está mal documentar el optimismo y recordar –aunque sea para después– la capacidad y el potencial del ser humano. ~