Hace unos días estrené mi mayoría de edad para entrar gratuitamente en un museo. “Qué bonito es hacerse viejo”, le dije a la chica de la entrada. Yo le había comprobado los años que llevo en este mundo con el INE. Ella me recomendó que sacara mi credencial. “¿La del Insén?”, le pregunté. “Sí”, me respondió ella, “aunque ya no se llama así”. Se me habían ido tres años de metro y museos gratuitos porque yo pensé que esos privilegios llegaban hasta los sesentaicinco años. Supe entonces que ya no existe el Instituto Nacional de la Senectud, sino que fue sustituido por el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores. Cada vez son más elaborados los eufemismos.
Mi querido Diccionario de Autoridades dice al respecto cosas muy dignas de leerse. De “ancianidad” comenta que es “edad crecida y de muchos años, y lo mismo que vejez”, y lo expresa con una bella cita de Vicente Espinel: “El padre, que por su ancianidad, no pudo vengar la muerte de su hijo, se volvió a su guarida”. Con esas palabras es inevitable pensar en Príamo.
Sin hipertexto, uno debe ir al Tomo 6 del diccionario, para notar que la vejez es “la última edad de la vida, cuyo extremo se llama decrepitud, y empieza a los sesenta años”.
Prefiero mi credencial para entrar gratuitamente al museo que vivir entre los maságetas, de los que dice Heródoto:
No establecen de antemano ningún límite a la vida humana, pero cuando uno llega a muy viejo, se reúnen todos sus parientes y lo inmolan; y, con él, inmolan también muchas reses; luego, cuecen sus carnes y celebran un banquete. Esto se considera, entre ellos, como la suprema felicidad; en cambio, al que muere de enfermedad no se lo comen, sino que lo entierran, considerando una desgracia que no haya llegado a la edad de ser inmolado.
Para quien tema perder su atractivo con la edad, está el ejemplo de Noé, que se emborrachó cuando tenía alrededor de seiscientos años. Su hijo Cam lo vio inconsciente y desnudo y no pudo controlar sus apetitos. El desenlace no fue feliz. “Despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, y dijo: Maldito sea Canaán”.
Al dios bíblico lo pintan viejo y fuerte, parecido a Zeus. Si bien el dios griego es hijo de Cronos y Rea, se le puede calcular la edad, y en cambio el de la Biblia ya habrá cumplido varios miles de millones de años o cuando sea que se marque el inicio del tiempo.
En las traducciones de literatura rusa aparecen con suma frecuencia las expresiones “anciano padre” y “anciana madre”. Llama la atención que a veces son niños los que tienen padres con esos calificativos. En esa literatura el padre que más me agrada es papá Karamazov. Dado que a sus casi sesenta años tiene pasiones y hambre de vida, le llaman “sensualista”. Compite con el hijo por el amor de Grushenka, una belleza de veintidós años.
Al final, gana el hijo.
Acaso el pecado de papá Karamazov es que se vuelve sentimental. Aunque utiliza su dinero para seducir a Grushenka, le queda la ilusión de que ella lo ame por razones meramente amorosas. Por eso cuando alguien le desea un mal a otro hombre, desde hace siglos se le lanza este anatema: “Ojalá te enamores de viejo”.
En la novela Los campesinos, de Władysław Reymont, el viejo Boryna se va a matrimoniar con una muchacha. Entonces leemos: “Cuando un viejo se casa con una joven, el diablo baila de alegría, porque todo el provecho es para él –dijo el mendigo con aire importante, rascando fuertemente el fondo de la fuente”.
No cuento lo que ocurre, pero ya se lo podrán imaginar.
El paso de los años, acompañado con decadencia del alma, puede ser muy nocivo para artistas y escritores. Todos conocemos casos de espíritus que perdieron el fuego, aunque también es cierto que todos conocemos espíritus que mantuvieron el fuego encendido hasta el final.
Suelto una larga cita en la que Longino habla de Homero, porque no es correcto recortarla:
Por esta misma razón, creo que la Ilíada, escrita en la plenitud de su inspiración, fue compuesta toda ella desbordante de acción y de lucha, mientras la Odisea es en su mayor parte narrativa, lo cual es una señal de vejez. Así, en la Odisea se podría comparar a Homero con el sol en su ocaso, del que permanece la grandeza, pero no la intensidad. Pues aquí Homero no conserva ya el mismo vigor que en aquellos famosos versos sobre Ilión, ni un constante nivel de sublimidad que no admite nunca caídas; ni hay tal abundancia de pasiones agolpándose unas sobre las otras, ni los cambios repentinos, el realismo y la abundancia de imágenes, tomadas de la vida real. Más bien es como el océano, cuando se repliega sobre sí mismo y fluye tranquilo en torno a sus propios límites; sólo aparecen ante nuestros ojos los reflujos de la grandeza de Homero y su vagar de aquí para allá en relatos fabulosos e increíbles. Al decir esto, no me olvido de las tormentas de la Odisea, ni de la historia del Cíclope y de algunos otros episodios, sino que hablo de la vejez, pero de la vejez de un Homero. No obstante, en todos estos pasajes, sin distinción, lo mítico domina sobre la acción real. Entré en esta digresión, como dije, para demostrar cómo los grandes genios, cuando están en decadencia, tienden con facilidad a lo baladí e insignificante, como es, por ejemplo, la historia del odre, la de los compañeros de Odiseo convertidos en cerdos, a los que Zoilo llamaba cerditos llorones, y la de Zeus alimentado como un polluelo por las palomas, y la del naufragio, en la que Odiseo permanece diez días sin comer nada, y aquellos pasajes increíbles sobre la muerte de los pretendientes. ¿Qué se podría llamar a esto en realidad sino «visiones de Zeus»? Una segunda razón, por la que hacemos estas observaciones sobre la Odisea, es ésta: para que sepas cómo la decadencia de la pasión en los grandes escritores y poetas va a parar a la pintura de caracteres. En efecto, la descripción de la vida familiar de la casa de Odiseo es de alguna forma la de la comedia de costumbres.
Aquí las frases que más asustan son “los grandes genios, cuando están en decadencia, tienden con facilidad a lo baladí e insignificante” y “la decadencia de la pasión en los grandes escritores y poetas va a parar a la pintura de caracteres”. Como aparecería en un cómic: “Gulp”. ~