Bastante paraíso X. Llegan las lluvias y Carmen goes electric

Una inundación o carreteras cortadas porque las atraviesa una rambla nos sonaba un poco a chino, y lo que uno no conoce asusta más.
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Le había dicho a mi madre: ¡tráete el bañador! Y luego casi no puedo llegar a Madrid porque había alerta naranja por lluvia y el vecino que trabaja en Murcia y acude a dormir aquí los miércoles se había ahorrado el viaje. Encontré un blablacar desde Águilas a Murcia, llegaba a tiempo para subirme al AVE en dirección Madrid y llegar a la hora de comer, solo tenía que sobornar a mi vecina, que trabaja en Águilas, para salir diez minutos antes y llegar a tiempo al blablacar. Barreiros le prometió un arroz con leche y me dejó a tiempo en la calle en la que esperaba ya mi blablacar. El chico que conducía llevaba un curioso look –aunque en realidad solo vi la parte de arriba: una chaqueta de chándal, con un estampado llamativo–. Era muy flaco y conducía con calma. Le pregunté si era de Águilas. De Lorca, en realidad, pero vivía en Terreros. ¡Yo también! Vaya, te podía haber recogido allí, etc. Yo nunca había usado blablacar, no me daba miedo, pero no sabía si sabría acertar en el equilibrio entre la conversación y el silencio y todo eso. Mi chófer me fue contando, fue desenrollando su vida como quien abre un mantel de papel: sus estudios, su trabajo, su pareja, etc. Vive en las casas de colores, me dijo. Todo el mundo vive en las casas de colores, aunque creo que no he estado por dentro en ninguna –bueno, en un cumple, pero no me atreví a subir a la parte de arriba–. Las casas de colores, las que parecen de Pin y pon, son una de las zonas donde más gente vive, pero hay más: las de las cúpulas azules, las blancas, las que parecen una colmena, las que están en lo alto, etc. Nosotros vivimos en las casas rojas. Me sentí aliviada por la falta de curiosidad de mi chófer en mí: de dónde era, por qué vivía en Terreros, si tenía hijos, para qué iba a Murcia, etc. No me preguntó y me gustó no tener que explicar. En Lorca recogimos a una madre y un hijo que tenían cita en el hospital, la tos del muchacho era bastante fea. Se sentaron detrás y apenas les escuchamos la voz, como si la media hora de charleta que llevábamos el conductor y yo nos hubiera unido de algún modo excluyendo a los otros. Al llegar a Murcia, me dejaron en una rotonda y ellos siguieron juntos: resulta que el chófer iba muy cerca del hospital. Me alegré por la madre y el hijo. A mí se me escapó en las narices el autobús y decidí ir caminando a la estación a pesar de que caían algunas gotas. Me llamó la atención un fotomatón con el patrocinio de La verdad, pero pensé en la posiblidad de un fotomatón que mostrara la verdad sobre quién eres. 

Iba a participar en el Congreso sobre surrealismo que organizó Letras Libres en el Círculo de Bellas Artes, pero como voy poco a Madrid y había citado a varios amigos allí, me sentía un poco como la novia en la boda. ¡Hasta había un concierto! Lagartija Nick. Conocí al novio de mi amiga, que eso es muy de boda. Y en la cerveza posterior –¡el convite!– iba de mesa en mesa, de unos amigos a otros, como vi hacer a mi amiga Maribel en su boda, celebrada en el Gran Hotel. Afortunadamente, no hubo brindis ni nada. Además, unos días después, Barreiros y yo nos iríamos a Granada, una noche de hotel con desayuno incluido con buffet libre, ay, ¡nuestro viaje de novios! Y si alguien acabó con la corbata en la frente, yo no lo vi, porque estaba ya dormida en el sofá cama de mi hermano, al lado de mi madre, a quien le pregunté si me respetaría. 

El mismo trayecto que a la ida, pero al revés. Y esta vez acompañada, porque mi madre se venía a pasar unos días. Y sin blablacar: nos recogía Barreiros. En el tren, iba leyendo Desfile, de Rachel Cusk, que no me gustó nada. Me pareció pretencioso y hueco, además de apresurado y un poco chapucero. Aunque ella dice que esa novela ha recibido críticas porque es difícil y la gente no quiere leer cosas difíciles y tal. Mis pegas van precisamente a la simpleza de las ideas de la novela. Aunque ahora que sé que uno de los G. (todos los artistas de la novela se ocultan bajo la misma inicial) está inspirado en Rohmer, me siento mal por que no me gustara. 

Estábamos un poco prudentes de más con las lluvias, en parte por la resaca de la DANA en Valencia, en parte porque habíamos visto vídeos de la inundación de Vera de hacía unos años, en parte porque hemos visto que aquí no sabe llover. También porque una inundación o carreteras cortadas porque las atraviesa una rambla nos sonaba un poco a chino, y lo que uno no conoce asusta más. Fuimos a comer con otros padres del colegio y nos mimetizamos: aquí cuando llueve, se comen migas. Pero las migas de aquí no son como las aragonesas, que se hacen con pan, las de aquí se hacen con harina. Definitivamente, esa no es una costumbre que vayamos a adoptar. Llovía, eso sí. Y al día siguiente volvió a llover. Y así todos y cada uno de los días que pasó mi madre aquí, que miraba por la ventana, veía la lluvia y me miraba a mí: “tráete el bañador, tráete el bañador”, se burlaba. También le dolía la cadera, así que su mal humor no era solo por las expectativas incumplidas de playa. ¡Menos mal que hubo arroz! También se animó a tocar la guitarra eléctrica: Carmen goes electric, ¡ja! Aprende, Bob. 


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