La idea de que exista otra tierra, mejor, sin sufrimientos, siempre ha sido atractiva. Es la idea, creencia o mito del Paraíso. Un lugar, que no es este, que añoramos pero al que no podemos regresar. Para la cultura cristiana, en la que nos desenvolvemos, se nace con el estigma del pecado original. Desde el primer día en la tierra se nos recuerda que somos culpables, que fuimos expulsados de un mundo mejor. Vivimos marcados por la nostalgia del Paraíso.
La creencia o mito de una tierra mejor que esta tiene también su versión racional. La inventó –o recogió– Platón en Timeo y Critias: la idea de la Atlántida. Pasados los siglos esa idea se fue esencializando hasta quedar transformada en Utopía, un “mejor lugar” que “no existe”. O como decía Alfonso Reyes: un lugar que no está en ninguna parte.
En los tiempos modernos esa idea fue evolucionando. Ya no se trataba de un continente perdido ni de una isla de vida perfecta sino de otros planetas, iguales en todo a este en el que vivimos pero mejor, un planeta-espejo donde el sufrimiento, el dolor y el hambre no existen. Esa idea del planeta alterno, gracias a las especulaciones de los físicos y matemáticos, se convirtió en universos paralelos. Lugares idénticos a este menos en uno o varios detalles que lo hacen diferente. En un cuento de Bioy Casares se llega a ese universo paralelo a través de un túnel en el campo. Lo atraviesa el protagonista del relato y se encuentra en un mundo idéntico salvo en un aspecto: en ese mundo no habían ganado una batalla crucial los ejércitos cristianos sino los islámicos. El protagonista se da cuenta de que en lo alto de un templo conocido, en vez de la cruz se encontraba la media luna del Islam. Julio Cortázar también creía (y lo llevaría a un nivel metafísico, o mejor dicho: patafísico) en los pasajes que conducen a otro mundo. Es la idea rectora de Rayuela.
Malacría, la primera novela de Elisa Díaz Castelo, no trata de multiversos o universos paralelos. Trata de la existencia de otro planeta, idéntico al nuestro, que no podemos ver porque se encuentra detrás del sol. Un planeta llamado Daemonia. Díaz Castelo, en sus poemas, se ha caracterizado por utilizar elementos científicos (de la biología, la física o la cosmología) como motivos poéticos. En Principia relaciona el comienzo y el fin de los tiempos desde el punto de vista de la religión y la ciencia. En El reino de lo no lineal explora los fundamentos de la física cuántica y la naturaleza no lineal del Universo. En Proyecto Manhattan su tema es el de la participación de algunas mujeres en la creación de la bomba atómica. No puede decirse que en Malacría hay una relación de la ciencia y la literatura tan imbricada como se da en la obra poética de Díaz Castelo. Pero esa relación existe, es el soporte argumental de la novela. Perla, la madre de Elena (Ele), se ha especializado “en el costado filosófico de una teoría lingüística llamada externalismo semántico”.
Las especulaciones de Perla, cercanas a las matemáticas y a la lógica, la condujeron “a la teoría de la tierra gemela”. Esta teoría, desarrollada por el filósofo y matemático Hilary Putnam en El significado de “el significado”, postula la existencia hipotética de un planeta igual al nuestro, “idéntico en cada aspecto excepto en una sola cosa: la composición del agua”. A esta idea o creencia de Perla, la madre de Ele, se entrega con tanta pasión que (como Alonso Quijano y los libros de caballería) pierde la cabeza, padece manías y depresiones, intenta el suicidio, se adentra en un mutismo extremo. Todas estas manías envuelven la idea “científica” del planeta paralelo. Para la hija de Perla, Ele, esta teoría y las manías de su madre son la misma cosa. Ele (la niña, la adolescente y la mujer adulta) las sufre y padece, porque son el peso en sufrimiento que tiene que cargar su madre.
La abuela Cecilia, la madre Perla, la hija Elena, Silvia, la amiga de Perla, y Jeni, su novia, integran el conjunto de mujeres que dan vida a Malacría. Elena (Ele), la protagonista, llega a pensar que en su familia no hay ni ha habido hombres, porque estos están ausentes, se escapan, se van, se afantasman. Malacría es una novela de mujeres, y de perros, presentes a lo largo de la novela, sobre todo Valentina, una perrita salchicha que quedó tullida de sus patas traseras y que anda por todos lados sobre un soporte con ruedas. No es una perrita simpática, padece halitosis, es muy latosa y muy peleonera. Tampoco las cinco mujeres de la novela son simpáticas (no tendrían por qué serlo). La abuela Cecilia padeció epilepsia y luego demencia; Perla, la madre, sufría manías diversas y depresión; Elena acostumbraba hacerse cortes en los muslos con una navaja… Mujeres fuertes, de carácter, difíciles, y sin embargo toda la novela, de principio a fin, gira en torno a un hombre misterioso, el alemán, hermano o medio hermano de su abuela, que muy joven la violó. Esa acción dio como fruto a Perla, hija del incesto, mujer herida por un pecado original, mujer que para escapar de esa condición creó (o dedujo intelectualmente) otro mundo, un planeta paralelo, Daemonia, un mundo, pese a su nombre, donde quizá no existe el sufrimiento, un mundo con una historia diferente. “Perla estudiaba las curvaturas de las órbitas, intentaba localizarlo en el mapa celeste, hablaba de él sin condicional, como si existiera de verdad”. Elena sufría con las manías de su madre, no sabía dónde terminaban sus delirios y dónde comenzaban sus especulaciones lógicas. Se preguntaba: “¿Te imaginas que ahí, del otro lado, en Daemonia, lo único distinto no sea el agua sino la historia de la vida de mi madre?”
La presente nota puede dar la idea equivocada de que Malacría es una novela de “divulgación cientifica”, como las de Volpi. No lo es. El elemento “científico”, la hipótesis lógica de la existencia de otro planeta idéntico al nuestro, casi no pesa en esta novela. Es una obra de persecución y búsqueda de Perla, por parte de Ele y Jeni, que un buen día decidió irse de su casa sin dejar noticia alguna. No dejó dicho a dónde iba pero dejó pistas. Sin que la novela devenga tampoco en una búsqueda detectivesca, las mujeres relacionadas con Perla van atando cabos hasta llegar a una laguna, a una casa, a un cuarto, a un espejo, a un pasaje… No cuento más para no revelar la trama. Un descubrimiento que da sentido a la novela.
La búsqueda de la madre en fuga es sobre todo una búsqueda de la propia identidad de Elena. Una búsqueda por diversos lugares pero también a través de la memoria, una búsqueda a través de sus heridas. La herida original de la abuela que heredó a su hija y que ésta trasladó a su nieta. Una herida provocada por la violencia masculina que este grupo de mujeres va arrastrando en el tiempo. El epígrafe de Nabokov al terminar la novela se revela exacto: “Con nuestras heridas hablamos; por nuestras heridas tenemos hijos”.
Malacría, de Elisa Díaz Castelo (ya antes había publicado un buen libro de cuentos: El libro de las costumbres rojas) es una magnífica primera novela. Una obra de misterio, de fantasía, de perros fantasmas, de planetas imaginarios, de heridas que no cierran, de fugas y reencuentros, todo narrado en una prosa segura y clara, que no abusa de las líneas poéticas ni de la reflexión filosófica. Una novela para leer y releer.
Debe existir en algún lado una tierra sin dolor, sin sufrimiento, un lugar donde nuestra historia de tropiezos sea diferente. Esa tierra, y esa es la lección de Elisa Díaz Castelo, sí existe, se llama literatura. ~