Un libro póstumo no es una inasequible rareza. Basta un escritor muerto en actividad, con deudos dedicados y un editor dispuesto. A veces el autor lo prevé en su más terco…
Nuevas aventuras confinadas: contar terribles pesadillas a la hora de la cena, videollamadas al otro lado del océano y de qué hablan los vecinos de madrugada con la ventana abierta.