En la guerra híbrida que Rusia libra no sólo contra Ucrania sino también contra Europa, la historia sigue siendo un método probado de influencia informativa, por lo que vale la pena evaluar más profundamente las acciones de Moscú y combatirlas con el pensamiento crítico y los hechos históricos. En este momento, Ucrania y los países bálticos siguen luchando como un frente unido contra un vecino agresivo que pretende apropiarse de los aspectos victoriosos y positivos del pasado, además de los territorios anexionados y de la victoria de 1945, que se honra mejor con un momento de silencio y conmemoración que con horas de mascarada cínica frente al mundo entero.
Yehor Brailian, historiador ucraniano
Nos acercamos a una fecha que se percibe de manera distinta en el mundo democrático y en la Rusia actual: el 80º aniversario de la rendición del nazismo en Europa.
Los hechos históricos de la Segunda Guerra Mundial han sido manipulados por parte de la Rusia de Putin, que ha destruido así la identidad nacional de los estados vecinos. Una visión distorsionada del pasado sirve como base ideológica para las agresivas acciones militares, económicas e informativas de Moscú no sólo contra Ucrania, sino contra el mundo occidental en su totalidad.
Sin embargo, los ideólogos del Kremlin suelen “olvidar” que en 1939 la Unión Soviética fue responsable de desencadenar la guerra en Europa. El precio de la victoria sobre el nazismo fue altísimo para los pueblos de la Unión Soviética, y principalmente para los ucranianos, y los desfiles pomposos con el ruido de armas obsoletas no son la mejor manera de honrar la memoria de los fallecidos.
El 23 de agosto de 1939, Alemania y la Unión Soviética firmaron un pacto de no agresión, también conocido como Pacto Molotov-Ribbentrop, por los nombres de los firmantes. En un anexo secreto del documento, las partes acordaron la división de esferas de influencia en Europa del Este.
Una semana después de la firma, Hitler atacó Polonia, el 1 de septiembre de 1939, ocupando su parte occidental; el 17 de septiembre, Stalin introdujo tropas en la parte oriental. Polonia quedó dividida a lo largo de los ríos Vístula y San. En la ciudad de Brest-Litovsk (actual Belarús), en septiembre de 1939, tuvo lugar un desfile militar conjunto de la Wehrmacht y el Ejército Rojo, organizado por el general alemán Heinz Guderian y el general de brigada soviético Semion Krivoshein.
Durante dos años (1939-1941), los líderes alemanes y soviéticos fueron socios cercanos que se ayudaban mutuamente: la Unión Soviética suministraba materias primas al Tercer Reich, y este apoyaba diplomáticamente la política soviética en el Báltico y Finlandia. Esto ocurría al mismo tiempo que los bombardeos de las ciudades británicas y el fusilamiento y exterminio de los judíos en los campos de concentración en Europa del Este; mientras tanto, a los territorios recién obtenidos el gobierno soviético trajo la represión, la colectivización y la nacionalización de empresas.
La cooperación política, económica y militar de los rusos residentes en la URSS, así como de los emigrantes rusos, con las autoridades nazis durante la Segunda Guerra Mundial, fue muy extendida, y este hecho siempre fue cuidadosamente silenciado por el Kremlin.
Probablemente, el episodio más inconveniente de la Segunda Guerra Mundial para las altas autoridades rusas actuales son las actividades de los colaboradores bajo el liderazgo del exgeneral soviético Andrei Vlasov (en un tiempo lo llamaron el favorito de Stalin) con su Ejército Ruso de Liberación (ROA, por sus siglas en idioma ruso). El ROA, dirigido por Vlasov, operó en la etapa final de la Segunda Guerra Mundial, entre 1944 y 1945. En abril de 1945 contaba con 120 mil efectivos. La mera mención pública de Vlasov y sus partidarios en la Rusia moderna puede ser motivo de responsabilidad penal. Sin embargo, en la Rusia actual se utiliza su símbolo, la Cinta de San Jorge, para conmemorar la victoria en la guerra de hace 80 años. Además del ROA, cabe mencionar el Ejército Popular de Liberación de Rusia o la “Brigada Kaminsky”, que funcionó entre 1941 y 1943 en el territorio de la llamada República de Lokot (ahora la región de Bryansk de la Federación de Rusia).
Hitler apoyaba la formación de unidades cosacas, ya que creía que los cosacos eran descendientes de los godos y, por tanto, no pertenecían a la raza eslava, sino a la aria. Una figura muy pintoresca entre los comandantes de las unidades militares cosacas fue Ivan Kononov, participante en la guerra soviético-finlandesa, mayor del Ejército Rojo, condecorado con la Orden de la Estrella Roja, coronel de la Wehrmacht, condecorado con las Cruces de Hierro de 1ª y 2ª clase. En octubre de 1942, en Novocherkassk, antigua capital de los cosacos del Don, ocupada por las tropas alemanas se celebró una asamblea cosaca, en la que se eligió el cuartel general del Ejército del Don, con el permiso de las autoridades ocupantes.
Esto marcó la organización de las formaciones cosacas dentro de la Wehrmacht, tanto en los territorios ocupados como en el entorno de los emigrados. La creación de las unidades cosacas estuvo dirigida por el ex coronel del ejército zarista Sergei Vasilyevich Pavlov, quien durante la época soviética trabajó como ingeniero en una de las fábricas de Novocherkassk. La iniciativa de Pavlov fue apoyada por Pyotr Nikolaevich Krasnov, el atamán o cabeza del Ejército del Gran Don. Pero no fueron sólo las unidades cosacas, como el 15º Cuerpo de Caballería Cosaca de las SS, las que se distinguieron en las batallas contra el ejército soviético. ¿Por qué no mencionar las “hazañas” de la división “Russland” (desde marzo de 1945, el “1er Ejército Nacional Ruso”), que operó como parte de la Wehrmacht bajo el liderazgo del general Smyslovsky?
Sí, muchos rusos lucharon del lado de los nazis, pero en el Kremlin no les gustaba hablar de ello ni durante la era soviética ni ahora, en la Rusia de Putin. ¿Por qué hubo tantos colaboradores entre los rusos? Las principales razones fueron la insatisfacción de una parte importante de los rusos con el régimen soviético (incluida la colectivización), así como las continuas actividades antisoviéticas de la emigración de la Guardia Blanca, especialmente de aquella parte que adoptó una “posición irreconciliable”.
En contraste con la división de Europa en esferas de influencia y el colaboracionismo con los nazis, los rusos prefieren honrar la victoria, como dicen, en la Gran Guerra Patria, con pompa y espectáculo.
Esto se ve facilitado por una maquinaria de propaganda de miles de películas, series de televisión, obras musicales y literarias. El propio desfile en la Plaza Roja ha sido una demostración de poder militar desde los tiempos soviéticos, contribuyendo a la militarización del ánimo de la población y reforzando la tesis de que Rusia está rodeada de enemigos que sólo quieren apoderarse de su territorio y drenar sus recursos.
La tradición del Kremlin de celebrar la victoria se extiende mucho más allá de las fronteras de Rusia. La campaña del “Regimiento Inmortal”, que utiliza cintas de San Jorge y glorifica al “líder genio Stalin” se ha convertido en un atributo de la diáspora rusa en el mundo en los últimos años.
Es difícil denominar victoria a los acontecimientos de hace 80 años, porque su precio resultó demasiado alto. El presidente ruso, Vladimir Putin, y los recursos de propaganda del Kremlin han destruido deliberadamente durante décadas el recuerdo de la contribución de Ucrania y de la coalición antihitleriana a la victoria sobre el hitlerismo.
La Rusia de Putin se apropió de la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial y la convirtió en un medio para avanzar sus planes agresivos neoimperiales. Esto fue un requisito previo para que el Kremlin etiquetara a los ucranianos como “fascistas” y para el inicio de la guerra contra Ucrania en 2014 y la invasión rusa a gran escala en 2022.
Tradicionalmente, a los fabulistas rusos que se autodenominan historiadores sólo se les permitía hablar de “colaboradores de los nazis ucranianos”, como se dice del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA por las siglas en ucraniano), que luchó contra los soviéticos en los territorios del oeste de Ucrania ocupados por el ejército soviético. Los historiadores rusos olvidan que los soldados de la UPA también lucharon contra los nazis.
Es fundamental para Putin restarle importancia a la contribución de los ucranianos a la victoria sobre el nazismo.
El número total de personas movilizadas desde el territorio de Ucrania al Ejército Rojo durante la guerra fue de aproximadamente 7 millones. Uno de cada dos de ellos murió, y uno de cada dos de los que sobrevivieron regresó discapacitado. Siete ucranianos eran comandantes de frentes y ejércitos y 200 eran generales. Más de dos mil ucranianos recibieron el máximo galardón de la URSS por su heroísmo durante los combates: el título de Héroe de la Unión Soviética.
Además del Ejército Rojo, los inmigrantes de Ucrania lucharon en los ejércitos de Polonia (120 mil), Estados Unidos (80 mil), Canadá (45 mil) y Francia (5 mil). En 1944, uno de cada tres soldados del Ejército Rojo era nativo de Ucrania. En las unidades y formaciones de infantería del 1º al 4º Frentes Ucranianos, los ucranianos representaban entre el 60 y el 80%.
El número total de muertos durante la Segunda Guerra Mundial es de aproximadamente 70 a 85 millones. De ellos, son más de 4 millones de ucranianos que estaban en las filas del Ejército Rojo y 4 millones civiles, una décima parte. El frente pasó por el territorio de Ucrania de punta a punta dos veces y dejó una destrucción asombrosa. Uno de cada cinco ucranianos murió en la Segunda Guerra Mundial y cada estudiante de una escuela soviética lo sabía. Hoy en Rusia enseñan una historia diferente, la escrita por Putin.
El oficial ucraniano Oleksii Berest era uno de los que izó la bandera de la victoria en el Reichstag. El 8 de mayo de 1945, Alemania se rindió. La Segunda Guerra Mundial duraría hasta el 2 de septiembre de 1945. El teniente general Kuzma Derevianko, de origen ucraniano y nacido en la actual provincia de Cherkasy, firmó la rendición de Japón a nombre de la URSS, a bordo del acorazado estadounidense Missouri.
Por cierto, durante la Unión Soviética, el papel de Ucrania y de los ucranianos en la victoria sobre el nazismo nunca fue cuestionado. Se trata de una deriva específica de la visión que Putin tiene de la historia. Es significativo que, en la Conferencia de Yalta de 1945, el entonces ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Molotov, durante un debate sobre la futura configuración de la ONU, declarara: “Sería justo que tres (hablaba de Ucrania, Bielorrusia y Lituania) o al menos dos de las repúblicas soviéticas encontraran un lugar digno entre los miembros de la Asamblea General de la ONU. Se lo ganaron con sus sacrificios y esfuerzos durante la guerra”. Por su contribución a la victoria sobre el nazismo, Ucrania se unió al grupo de las 51 naciones fundadoras de la ONU. Vale la pena señalar que Rusia no estaba entre estas naciones. La Unión Soviética, Ucrania y Bielorrusia recibieron un lugar en la ONU.
Manipular hechos históricos y crear mitos convenientes es uno de los trucos favoritos de Putin. Y esto tiene su precio. Los rusos modernos tenían todas las posibilidades de tener un futuro pacífico y no repetir los errores del siglo pasado. En cambio, matan a ucranianos todos los días, destruyen nuestras ciudades y pueblos y envían a miles de sus ciudadanos a la muerte. Pero creemos en la justicia histórica y creemos en nuestra victoria, del mismo modo que millones de ucranianos creyeron mientras luchaban contra el nazismo y el totalitarismo estalinista en el siglo pasado. ~