El mundo del fútbol está enamorado de Lamine Yamal, el extremo de 17 años que desafía la gravedad y la paciencia de todos los rivales que ha enfrentado siendo apenas un adolescente. Es verdad que lo suyo es de época. A su edad, Messi era apenas una promesa brillante en la academia del Barcelona. A Lamine le faltan un par de trofeos para poder presumir que lo ha ganado todo con su club y su selección. Y no son trofeos menores: figuras eternas del fútbol no han logrado ganar ni la Copa del Mundo ni la Liga de Campeones. Pero cuando se tienen por delante al menos quince años de fútbol, lo más probable es que el desparpajo de Lamine –entrañable en su confianza y su apego al barrio humilde de Rocafonda donde creció– lo lleve a tener una carrera histórica.
Aun así, yo tengo otro joven ídolo en este momento mágico del Barcelona. Mi ídolo es más discreto que Lamine. Quizá menos decisivo en su creatividad que Pedri González, el heredero natural de los magos del mediocampo blaugrana. Mi ídolo también es un adolescente precoz: Pau Cubarsí.
Ser defensa central requiere una madurez distinta a la que exigen las posiciones creativas en el fútbol. La adolescencia supone una osadía que encaja de maravilla en posiciones como la de Lamine. El adolescente arriesga por naturaleza, como lo hace el atacante en el fútbol. Pero la responsabilidad es distinta. Ser adolescente supone tener tiempo para equivocarse. Lo mismo ocurre en la cancha: un error de un extremo no cuesta lo mismo que un error de un defensa central. Estar en el centro de la defensa exige una templanza que, en la inmensa mayoría de los casos, solo llega con los años. Es muy raro ver a un defensa central precoz.
Y yo nunca he visto a nadie como Cubarsí.
Ejemplos sobran, pero remito al lector a la final de la Copa del Rey de este fin de semana. Es difícil imaginar un partido de mayor presión para un futbolista, y mucho menos para uno tan joven. La rivalidad entre los dos grandes equipos de España ya sería motivo suficiente. La polémica que precedió al partido y la tensión sofocante con los árbitros y los medios serían suficientes para rebasar a cualquiera. Y, sin embargo, ahí estaba Cubarsí, con su serenidad habitual en el rostro, alterada solo por una cicatriz en la barbilla producto de una batalla reciente en el campo. Dio un partido de época. Se estiró para interrumpir avances, aceptó el mano a mano en corto con Mbappé, cortó con la cabeza cuántas veces quiso, intervino de manera providencial en el último instante. Y luego se dio el gusto de ser, como es desde hace tiempo, el recurso de salida del Barcelona. No solo es el último hombre; es el primero: el que ordena, el que comienza el ataque después de encabezar la defensa. A los 18 años.
Dio un partido de época.
Sería fácil decir que juega como un veterano. Pero también sería injusto. Hay veteranos que no tienen ni de lejos esa madurez (basta ver la enloquecida reacción de Rüdiger, el colega directo de Pablo en el Real Madrid, que perdió la cabeza por completo). Lo de Cubarsí es otra cosa. Es una combinación de los grandes líderes de la defensa del Barcelona que lo precedieron: el liderazgo de Puyol, la fuerza en el aire de Piqué, la visión de Rafael Márquez. Pero también hay algo completamente suyo: una templada elegancia muy inusual en su posición y fuera de la cancha. Cubarsí, por ejemplo, acostumbra a decir “buenas tardes” antes de una entrevista. Es un muchacho que no se deja arrastrar ni por la provocación ni por la descalificación fácil. No se le conoce una declaración arrogante o un exceso de confianza. Habla en la cancha, y nada más. Y juega con esas mismas cualidades. Es implacable en la marca y en los tiempos defensivos, pero trabaja con la precisión de un cirujano, lo que le permite evitar las herramientas más sucias de su posición. Está donde tiene que estar y ordena lo que tiene que ordenar. Nada de esto es común en un defensa central, y es inédito en alguien que tiene apenas 18 años. Virgil Van Dijk, el titán holandés de la defensa con el que a veces se compara a Cubarsí, estaba a dos años de debutar a la edad de Cubarsí –y con un equipo menor de Holanda, no con el Barcelona.
¿Cómo se explica Cubarsí? ¿Cómo puede un futbolista manejar así la presión? Algo se explica por la repetición: Cubarsí y sus compañeros han jugado juntos y a ese nivel desde muy chicos. Los partidos grandes son, en cierto sentido, un partido más. Pero incluso los profesionales que llevan décadas en las piernas flaquean a la hora buena. Cubarsí está hecho de otra madera. Al final del partido contra el Real Madrid, un periodista le preguntó si tenía las piernas agotadas. Cubarsí respondió sin pensarlo: “Las piernas están agotadas, pero el escudo jala”. Algo habrá tenido que ver su casa, como mucho ha tenido que ver su casa futbolística. Pero la respuesta está en él: un futbolista dueño de una generación. Tiene 18 años. Y es mi joven ídolo. ~