El pasado mes de abril, el escritor y periodista Juan Bonilla recibió el XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. Un par de meses antes, el autor publicaba en la editorial Athenaica Simios apóstoles, una recopilación de ensayos en los que se habla de fotografía, de Kafka, de Borges, de ciudades, de periodismo. De todos esos temas que constituyen la obra Juan Bonilla –tan personal, con un acento tan propio–. Son estos asuntos los que sostienen una conversación en la que asoma la inteligencia, el criterio y la erudición de un autor quizá irrepetible.
Estos “simios apóstoles” empiezan con el recuerdo del suplemento Citas, revista en la que usted fue coordinador. En sus páginas se publicaron semblanzas despiadadas. También en Citas se publicó una crítica literaria que hoy quizá sea impensable. Lo que hoy abunda es la reseña amable o promocional.
Sí: en Citas se publicaron semblanzas despiadadas y muchas otras cosas. En ese suplemento apareció por primera vez el Salón de pasos perdidos de Andrés Trapiello. Antes de que se publicara en libro nosotros publicamos íntegro el primer tomo, El gato encerrado.
Citas era un suplemento de ocho páginas que José Mateos y yo hacíamos con una idea que siempre está en mis proyectos periodísticos: cultura y literatura es absolutamente todo. Todo lo que esté bien escrito y merezca la pena ser leído. Ya sea un reportaje sobre arquitectura, sobre gastronomía, sobre restaurantes. Esa era la idea que perseguíamos. Para darle un poco de candela a la cosa se nos ocurrió hacer semblanzas muy punkies. Siempre de grandes espadas. Los ataques caricaturescos, con un punto vanguardista, y por tanto violentos, se tienen que hacer sobre gente que es más poderosa que tú. Nunca contra un señor que ha publicado un libro en el ayuntamiento de un municipio y al que le vas a dar el disgusto de su vida por meterte con él. Todas las reseñas o caricaturas de Citas iban siempre dirigidas a gigantes. Yo no cogí la llamada, pero aseguran que Gloria Fuertes –una poeta que me gusta y sobre la que he escrito– llamó a la redacción para decirnos: “Les llamo para comentarles que son ustedes unos hijos de puta”. Y colgó. Nunca lo he puesto en mi currículum, pero lo merece. El hecho de haber sido objeto de un insulto de la gran Gloria Fuertes.
Eran desternillantes esas caricaturas de Nativo da Tívoli.
Sí: el doctor Nativo da Tívoli. Era un alias, claro. El suplemento lo teníamos que entregar los jueves por la tarde con los dibujos de Rafael Inglada. El jueves por la mañana José Mateos y yo nos poníamos a escribir. Aquello era una fiesta. Ahí cabía de todo.
¿Se echa de menos ese carácter irreverente de Citas en los suplementos culturales de hoy? ¿Se echa de menos una crítica honesta?
Bueno, la de Nativo da Tívoli no era una crítica honesta. No nos engañemos. Era una crítica malévola. Se buscaba jibarizar a los gigantes. Era una manera de decir que también ellos podían ser enanos. Por otra parte, la honestidad era un principio fundamental en las secciones dedicadas a la crítica. Nosotros tratábamos de iniciar una conversación con el lector. Decirle nuestro parecer acerca de productos que se nos vendían desde la propaganda editorial, o de libros absolutamente imprescindibles. Por ejemplo, el indecente, mal escrito y bobo tercer tomo de las memorias de Alberti. Esto que hablamos se puede extender al cine. Estoy harto de ver críticas cinematográficas donde se canta que la obra en cuestión es una obra maestra. Pero te pones a ver la película –por ejemplo, Emilia Pérez– y lo primero que piensas es que no te puedes tomar en serio las reseñas que has leído. No puede ser verdad que alguien que sabe de cine diga ese tipo de elogios. Hay una gran confusión entre lo que significa la crítica y lo que significa la propaganda. Hoy día ha triunfado la propaganda.
Una de las cosas que definen el momento actual de la literatura en España debería ser el hecho de que hayan crecido decenas de editoriales pequeñas. Sin embargo, cuando a fin de año les preguntan a los mandarines de nuestra cultura por los libros de ese año, estos libros siempre pertenecen a grandes editoriales. ¿Cómo es posible? Creo que es debido a un tumor principal del periodismo cultural, y es la falta de curiosidad de quienes lo ejercen. Es decir, se suele estar en las redacciones a la espera de que llegue la información o la llamada de los jefes de prensa. En lugar de salir a buscar lo que interesa. Es lo que siempre he pretendido en Ajoblanco, Zut o Calle del Aire –y no es por ponerme como ejemplo–. A mí la llamada de un jefe de prensa me la sopla completamente. Porque sé que su trabajo es vender cada obra del catálogo de la editorial como una obra maestra.
¿Hay falta de criterio en las redacciones de nuestra prensa cultural?
Completamente. Hay una conexión muy peligrosa entre los gabinetes de prensa de las editoriales y las redacciones de cultura de los periódicos. En las redacciones de cultura debe haber gente con la curiosidad despierta. Ya sé –porque no soy ingenuo– que esto es muy complicado. Por muchos motivos. Por ejemplo, la avalancha de libros que llega. Es normal que cuando recibes veinticinco libros cada mañana te llegue una hartura. Pero esto nos lleva a otra pregunta: ¿hay un lecho de lectores suficiente como para que se potencien las redacciones de cultura y así se ofreciera un producto que estuviera a la altura? En España, lamentablemente, me temo que la respuesta es que no. Dudo mucho que haya ese lecho de lectores que permitiera que se potenciara una prensa cultural de más calidad y más nivel.
No quiero contar anécdotas personales, pero la semana pasada [la entrevista se hizo un catorce de abril] me dieron un premio [el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado]. Se envió entonces una nota de prensa, y en esa nota de prensa el nombre del ganador estaba escrito como XXXXX –pues estaba preparada de antes–. Cometieron el fallo de enviar la nota de prensa con XXXXX. Esa nota de prensa, sorprendentemente, se publicó en los medios con XXXXX. Es decir: quien escribió la nota de prensa no hizo su trabajo. Pero tampoco quien la recibió y la volcó. Es una nota de prensa que no se leyó quien la escribió, pero tampoco quien la recibió.
Escribe usted en Simios apóstoles que en el arte está el barroquismo, el romanticismo, el surrealismo, pero que la escuela que prevalece en la cultura es la del amiguismo.
Es un chiste. Pero que lamentablemente es verdad.
Las grandes generaciones de nuestra literatura, por ejemplo, se han hecho desde el amiguismo.
El 27 es un caso evidente de amiguismo. Pero también la del 50. Una generación en la que se quedaron fueran nombres que sencillamente no tenían relación con los grupos de poder, con los poetas de Barcelona o de Madrid. El amiguismo se da en todas partes: en el mundo de los negocios, en el mundo de la política, en el mundo del periodismo y, también, en el mundo de la literatura. De ahí que diga que el ismo verdaderamente importante ha sido el del amiguismo.
Hablando de poesía: ¿es más que un género literario?
Creo que sí.
¿Por qué?
Porque creo que en realidad confundimos poesía con verso. Son dos cosas completamente distintas. La poesía es una sustancia. Y como tal sustancia puede estar en cualquier sitio. Incluso en una novela, en un ensayo o en una película. Qué más da. Me parece absurdo encerrar a la poesía como un género literario. La poesía es capaz de vencer lenguas o tiempos. Por eso hoy día cuando leemos que Príamo va a recoger a Héctor a la tienda de Aquiles siga resultando estremecedor y emocionante. Da igual que se escribiera ocho siglos antes de Cristo. O que se escribiera en una koiné que ya no se habla. Da igual. Tiene la misma rotundidad y la misma fuerza.
También habla de Bergamín y nos recuerda una frase suya: leer no te hace más sabio.
Y llevaba toda la razón del mundo. El propio Bergamín es un ejemplo muy evidente (risas). Un tipo que se pasó la vida leyendo y cuyas lecturas no le sirven para evitar acabar como acabó: apoyando a ETA. Es un caso paradigmático de que ser un gran lector no significa absolutamente nada. Bergamín tiene una maravillosa invención de la etimología de la palabra religión. Para él, religión no viene de religare, es decir, de unir, sino de relegere, releer. Decía que de alguna manera la literatura es una religión porque relee el mundo. La lectura no te hace mejor persona –en contra de esas campañas ingenuas sobre la lectura–. Tampoco te tiene por qué empeorar, claro. Leer sí tiene, y hay estudios sobre esto, efectos positivos en el funcionamiento del cerebro. Es una manera de ejercitar el cerebro. Eso es evidente.
Otro asunto que se trata en el libro: la cultura de la cancelación. Existe, ¿no?
Claro. Recientemente hemos tenido un caso muy evidente y especialmente peligroso, pues la cancelación ya no necesita de un juez. No es necesario que un juez te cancele un libro. Entiendo que si yo digo en un libro cosas de ti que son mentira, y tú me llevas a juicio, y se demuestra en el juicio que lo que digo es mentira… ahí entiendo que se retire un libro. Ahora bien, que un juez diga que no prohíbe un libro y la misma editorial decida, ante la reacción de las redes sociales, no distribuir ese libro, pues me parece un disparate colosal. Me parece el triunfo del miedo ante el qué dirán.
Se refiere al libro de Luisgé Martín, El odio.
Así es. Un libro que no he leído, y que me gustaría leer. Además, me parece especialmente injusto, pues Luisgé Martín, un autor destacado de mi generación, de repente es colocado dentro de una diana donde se le trata de carroñero. Cuando nadie ha leído el libro. Solo por el tema que trata ya se hacen juicios de valor. Me parece completamente disparatado. Estoy deseando leer ese libro y formarme una opinión. ¿Qué es este boicot contra el sello Anagrama? Me parece un atentado contra la libertad. Eso no quiere decir que el libro sea bueno, malo, regular; que el autor haya cometido errores en su metodología. Eso no lo sé. Pero es que no me dejan saberlo.
Cambiamos de tema. En estos ensayos que ahora recopila nos sugiere una idea: París fue durante años la ciudad más importante de América. Y no solo eso. También fue la ciudad en la que los escritores descubrían plenamente su cultura, la cultura de su país natal. ¿Cómo es eso?
Mario Vargas Llosa se dio cuenta de que era peruano cuando llegó a París. Pero eso ya les había pasado a muchos escritores latinoamericanos. Por ejemplo: Alberto Hidalgo, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias. París tenía esa cosa milagrosa de llegar allí y descubrir de dónde venías. Eso es fascinante. Ribeyro llega a París y deja de escribir sus cuentos cosmopolitas para centrarse en la juventud urbana de Lima. París es una ciudad que hace un juego de espejos y te revela de dónde vienes.
De Platón no nos habla usted bien.
(Risas). La verdad es que lo he leído poco y mal. Ahí me marco una especie de chulería imperdonable. Lo que dejo caer es que Platón es, de alguna manera, culpable de formular uno de los grandes monstruos que nos han perseguido durante siglos. Me refiero al ideal. El horizonte es un lugar que nunca puedes alcanzar. Si te mueves hacia él siempre se mueve. El horizonte es inalcanzable. Sin embargo, Platón presenta el ideal como algo alcanzable. A mí eso me parece terrible. En el libro digo que el único lugar donde triunfa esa idea es en Corea del Norte.
Con el deseo de alcanzar un ideal de perfección se han sustentado sistemas totalitarios y se han justificado crímenes.
Claro. Es eso. Un Estado platónico es un Estado totalitario.
¿Qué vamos a leer en Los días heterónomos? Su próximo libro de poemas –que ha recibido el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado–.
Es un libro compuesto después de un episodio personal del que no hace falta decir nada. Pero que tiene que ver con la inminencia del abismo… Reúno una serie de poemas escritos en este tiempo. Con mis sensaciones de la nueva situación personal en la que me encuentro. Es el retrato de un hombre a punto de cumplir sesenta años, y que de alguna manera tiene la sensación de haberlo vivido todo. Y que fundamentalmente está agradecido. Porque todo lo que ha vivido está bastante bien.
¿Una definición de cultura –usted se ocupa en estos ensayos de ello? Para marcharnos ya.
Cultura es todo. Digo al comienzo de Simios apóstoles que la prensa cultural es la única parte del periódico donde cabría todo. Todas las demás secciones. En economía es muy difícil que tú puedas hablar de un libro de poemas. Pero en cultura sí puedes hablar de economía. La cultura fagocita todo lo demás.