El Festival de Cine Documental de Múnich 2025 –o DOK.fest Munchen, como dicen en aquellos lares– termina este fin de semana después de haber presentado poco más de un centenar de filmes en 16 secciones temáticas. En su cuadragésima emisión, el DOK.fest ha permanecido fiel a su identidad analítica y combativa, pues una buena parte de los filmes programados exploran de manera directa el turbulento estado de las cosas en el mundo. De hecho, pareciera que el objetivo de los curadores del DOK.fest de este año fue dejar preocupados y en estado de alerta a quienes se aventuraron a revisar los filmes programados. El mundo no se ve nada bien, por lo menos desde Múnich. De hecho, se ve trumpista.
Facing war (Noruega-Dinamarca-Finlandia-Islandia-Suecia-Bélgica, 2025), tercer largometraje del especialista Tommy Gulliksen, tiene como protagonista a Jens Stoltenberg, un prominente economista y político noruego, quien fue primer ministro de su país entre 2005 y 2013 para luego ocupar la silla de secretario general de la OTAN durante una década, desde 2014 hasta septiembre del año pasado.
Cuando inicia el documental, en 2023, Stoltenberg está a punto de dejar el cargo, pero el entonces presidente estadounidense Joe Biden le ha pedido que extienda su mandato un año más, para que dirija el apoyo a Ucrania, que acaba de ser invadida por las tropas rusas. Estamos, pues, ante la crónica de ese complicado último año del liderazgo de Stoltenberg en la OTAN, doce turbulentos meses en los que el político noruego fue la cabeza y el rostro de la alianza militar del Atlántico norte.
Lo más interesante de este filme –muy convencional en la forma, por cierto– no es tanto el retrato de Stoltenberg –que resulta bastante hagiográfico– sino los complejísimos y agotadores entretelones políticos de los que somos testigos mientras el político noruego y su equipo de trabajo negocian los acuerdos necesarios para ayudar a Ucrania frente al escepticismo, el desdén o la franca negativa de algunos de los supuestos aliados. Stoltenberg dejó su puesto el 1 de octubre del año pasado, antes de la toma de posesión de Donald Trump, lo que convierte a este filme en un valiosísimo documento cinematográfico, no tanto de cómo funciona la OTAN sino, más bien, de cómo funcionaba, pues después del retiro de Stoltenberg es más que evidente que los Estados Unidos trumpistas ha dejado de ser un socio confiable para la alianza atlántica… y para el resto del planeta. El ominoso título del documental, Facing war, no funciona ya como descripción, sino como anticipación y advertencia.
Para seguir en este mismo tono pesimista, Blame (Suiza, 2025), séptimo largometraje del veterano documentalista suizo Christian Frei –nominado al Oscar 2002 por su filme War photographer (2001)–, nos presenta otras razones para mantenernos preocupados.
Los protagonistas de este entretenido filme documental son tres muy articulados científicos, Linfa Wang, Zhengli Shi y Peter Daszak, quienes se conocieron a inicios del siglo, en la investigación que dio a conocer el origen de la pandemia del SARS. Dos décadas después, cuando apareció el SARS-CoV-2, virus causante de la covid-19, los tres –en especial la china Shi y el británico-estadounidense Daszak– se encontraron en el centro de un huracán de fake news, teorías de conspiración y delirios globales anticientíficos por el que terminaron acusados de ser los culpables de la creación de la pandemia que tuvo su epicentro en Wuhan, la ciudad en la que trabajaba Shi.
Frei, quien narra todos los acontecimientos voz en off mediante, y hasta aparece en el encuadre en muchas ocasiones, aclara desde el inicio que este documental está contado desde la perspectiva de los tres científicos incriminados. Es decir, es evidente que el director está del lado de ellos y bien por él: no podía ser de otra manera, pues en el bando contrario aparecen impresentables de la talla de Alex Jones, Tucker Carlson y, por supuesto, Donald Trump, amo y señor de la posverdad.
El único problema es que me queda la sensación de que Frei le está predicando al coro. Es decir, por más que la película presenta la historia de manera justa, brinda información de forma juiciosa y los científicos ya nombrados aparecen como personas serias y sensatas, la verdad es que no creo que convenza a nadie más de los que ya estamos previamente convencidos de que, por ejemplo, la ciencia importa, siempre hay que vacunarse y Trump y sus achichincles son un peligro no solo para los gringos que lo votaron sino para el planeta entero.
Esto mismo es lo que piensa, dice y hasta grita, sin tapujos de ninguna especie, Adam Kinzinger, el protagonista de The last Republican (E.U., 2024), sexto largometraje del cineasta especializado en comedias relajientas Steve Pink. El susodicho Kinzinger es un piloto de la fuerza aérea gringa, republicano de pura cepa desde que era niño –las paredes de su cuarto estaban tapizadas de posters de candidatos de ese partido–, conservador orgulloso y convencido, que se lanzó y ganó sin problemas, desde Illinois, una curul en la cámara de representantes de Estados Unidos.
Lo malo para Kinzinger, para su país y para el mundo entero, es que Donald Trump alcanzó la presidencia. Y aunque al inicio el idealista político se disciplina, como cualquier buen republicano que es, a los caprichos de su líder y virtual jefe de partido, llega el momento en el que se ve obligado a trazar una línea definitoria, cuando Trump niega los resultados electorales del 2020 y envía a una turba a tomar el capitolio el 6 de enero de 2021. Kinzinger no se queda callado: dice que el supuesto fraude electoral es “una gran mentira”, declara a cualquier medio que le acerca un micrófono que Trump es una amenaza, que su comportamiento es indefendible y que el Congreso debería tomar cartas en el asunto.
Kinzinger no está solo, por lo menos en las primeras horas después del ataque. Varios otros miembros del partido republicano –como el líder de la bancada Kevin McCarthy, su amigo personal desde hace años– dicen más o menos lo mismo. Sin embargo, a medida que pasan las horas el tono cambia, las críticas se diluyen o, incluso, se evaporan, y la élite republicana decide, mejor, voltear para otro lado. De improviso, Kinzinger se queda solo, predicando su credo antitrumpista en el desierto, solo acompañado por la también representante Liz Cheney. Ellos dos serán, de hecho, los únicos dos republicanos que aceptarán formar parte de la comisión investigadora del ataque al Capitolio del 6 de enero lo que, previsiblemente, en los meses por venir, les costará su curul.
El origen de The last Republican es tan curioso como aleccionador. Como anoté antes, el director Steve Pink está especializado en la realización de comedias desparpajadas y, de hecho, este es el primer documental en su carrera. Sin embargo, cuando Pink vio la manera en la que Kinzinger se comportó ante el ataque del 6 de enero, más su terminante negativa a disculpar a Trump y a sus seguidores, el cineasta le habló para proponerle hacer un documental con él como protagonista. Para su sorpresa, Kinzinger aceptó de inmediato, a pesar de que los dos tienen ideas encontradas en todos los aspectos habidos y por haber, pues Pink no solo es un abierto votante demócrata, sino que se considera “progresista” –o sea, casi casi un “socialista”, según Kinzinger. ¿Por qué Kinzinger aceptó aparecer en el filme? Porque es fan irredento de Un loco viaje al pasado (2010), la desparpajada comedia de culto que, hasta la fecha, sigue siendo la obra más conocida de Pink. Cine mata política.
Así pues, a lo largo del documental –que inicia 14 meses antes de que Kinzinger abandone su curul, pues ha anunciado que no se presentará para la reelección–, conocemos no solo la trayectoria de este político a punto del retiro y las posiciones de su familia –su joven esposa embarazada y sus orgullosos padres conservadores–; también somos testigos de la divertida interacción entre Kinzinger y Pink, esa extraña pareja dispareja que no tiene nada en común, a no ser cierta comedia fantástica de ciencia ficción y una convicción muy simple y muy sencilla que, en los Estados Unidos de Trump, ha llegado a ser un anatema: que en las elecciones se gana y se pierde.
A final de cuentas, el título del filme, The last Republican, termina siendo una declaración moral. Kinzinger se llama a sí mismo “el último republicano” porque está convencido de que él no ha cambiado en nada, sino que “el partido es el que cambió”, como dice, medio dolido, frente a la cámara de Pink. Sin embargo, el aún joven piloto de la fuerza aérea no se ha dado por vencido: puede que haya dejado su curul y perdido amistades de toda la vida, pero Kinzinger no siente que ha sido derrotado. Ojalá que así sea, porque los gringos van a necesitar varios Kinzinger más para despejar esa nube negra que se ha colocado sobre su propio país y sobre el mundo entero. ~